martes, 31 de marzo de 2015

Tipos de Gladiadores III - Thraex y Eques


Representación de un thraex en un mosáico
encontrado en Reims (Francia)

Llamado así por usar las armas características del pueblo tracio. Fue introducido en la arena de los anfiteatros en torno al año 80a. C., c. cuando muchos tracios fueron hechos esclavos al ser capturados en las guerras contra Mitrídates, rey del Ponto.

En el brazo izquierdo portaba un escudo de pequeñas dimensiones (50 x 60 cm) denominado parma o  parmula, por lo que protegía ese brazo con una manica acolchada. Como arma ofensiva usaba la sica (puñal de hoja curva) que servía para atacar al enemigo aunque se cubriese con el escudo (esto se debía a que el rival predilecto del thraex era el murmillo). Llevaban el cuerpo desnudo, pero las piernas se las cubrían con grebas de metal hasta las rodillas además del acolchado que protegía hasta la ingle.

El casco era muy similar al de un murmillo, con una cresta central (en muchas ocasiones estaba coronada con la cabeza de un grifo, representación de la diosa de la justicia retributiva Némesis) que se adornaba con un penacho de plumas y se añadían un par más a cada lado del caso. Además poseía unos laterales alargados y una visera bien marcada.




Uno de los tipos más especiales es el de los equites (en plural). Como su nombre indica, era el tipo de gladiador que combatía a caballo. Dado que una de las máximas de los munera era que existiese un equilibrio de fuerzas al inicio del combate, un eques solo se enfrentaba a otro eques, ya que la ventaja de combatir a caballo contra alguien desmontado era muy grande. El combate tenía dos partes: en la primera se combatía con lanza intentando derribar al oponente (al estilo de las justas medievales); una vez conseguido este objetivo, se continuaba la lucha a pie donde usaban un gladius.

Dibujo de parte del relieve de la tumba de Aulus Umbricius Scaurus en Pompeya

En la imagen podemos ver un combate entre equites a la izquierda y a la derecha un thraex que espera para combatir contra el vencedor de los dos jinetes. Lógicamente el segundo combate se realizaría con el pie en tierra por parte del eques para igualar las fuerzas.

Respecto a su panoplia los equites portaban un escudo redondo de montar (parma equestris); se protegían la cabeza con un yelmo de visera ancha, con un viso,r a menudo con dos plumas a cada lado y sin cresta central. Como arma ofensiva portaban una lanza de unos 2 metros y protegían ese brazo con una manica acolchada. Como excepción, eran los únicos gladiadores que llevaban túnica (corta por encima de las rodillas), en muchas ocasiones de colores para poder distinguirlos sin importar la distancia. La única protección para las piernas podían ser unas vendas o un leve acolchado.


sábado, 28 de marzo de 2015

Flavio Aecio, el último romano

                Teodosio el Grande es recordado como el emperador que decidió convertir el cristianismo católico en la religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica, pero también por ser el último de los emperadores romanos que pudo gobernar aquel inmenso estado en su totalidad. A su muerte la división entre el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente será definitiva. Sus hijos Honorio y Arcadio heredarán la titularidad imperial por separado, heredando el primero Occidente y quedando para su hermano el lado de Oriente. Corría el año 395 d.C., y mientras Constantinopla conseguirá sobrevivir otro milenio, en menos de un siglo Roma verá su fin.

El siglo V no hará sino recrudecer los síntomas que delataban la debilidad que venía sufriendo el Imperio en su totalidad, aunque ésta afectó de manera especialmente acuciante a Occidente. Aún hoy permanece muy vivo entre los historiadores el debate sobre las causas que propiciaron la caída de la Ciudad Eterna, más nuestra intención no es entrar en tal discusión por el momento. Sencillamente deseamos que el lector entienda que los motivos, tanto exógenos como endógenos, eran muchos y variados: corrupción de las instituciones, precariedad económica, debilidad militar, presión en las fronteras, etc. Exponer la compleja situación por la que pasaba el Imperio podría llenar una estantería, de modo que vamos a limitarnos a presentar a quién fue uno de sus últimos protagonistas: Flavio Aecio, el último gran general de Roma.

Migración de los pueblos "bárbaros"


Flavio Aecio nació en Durostorum (actual Silistra, Bulgaria) en el año 391. Su padre, Flavio Gaudencio, ejerció un importante cargo militar dentro del Imperio, concretamente como magister equitum (jefe de caballería) en la Galia. Por otra parte sabemos que el linaje de su madre Aurelia se remontaba a una importante familia senatorial. Ambos factores fueron determinantes en su infancia, puesto que fue escogido para vivir como rehén entre los hunos, sirviendo de garantía para un pacto establecido entre éste pueblo y el emperador Honorio en el contexto de lucha contra otros bárbaros.

Debemos entender que los pactos y negociaciones entre el Imperio  y los distintos pueblos germánicos o esteparios fueron  entonces tan comunes como lo era también el enfrentamiento armado. El limes (límite o frontera en latín) del Imperio era durante este periodo un frente de enorme inestabilidad, y los ejércitos romanos eran incapaces de contener a los numerosos pueblos que cruzaban hacia el interior del Imperio: vándalos, alanos, francos, alamanes, visigodos, ostrogodos, burgundios, sármatas, suevos, etc. Por este motivo muchos de ellos acabaron como foederati de Roma o Constantinopla, es decir, se les permitió vivir en territorio romano y obtener alimentos o dinero a cambio de combatir junto a las legiones contra otros pueblos invasores.

Aquella estancia de casi 10 años entre los hunos sirvió a Aecio para ser un gran conocedor de su cultura y sus tácticas. Se convirtió en una pieza clave en las labores diplomáticas con ellos gracias a los contactos que pudo forjar durante su juventud. Precisamente por esto se le ordenó tomar el mando de un ejército de mercenarios hunos que debía luchar por el emperador Juan (423-425 d.C.), quién fue escogido por el ejército para sustituir a Honorio tras su muerte, y que se enfrentaba a el emperador de Oriente Teodosio II, en una serie de guerras civiles entre las dos mitades del Imperio. Aecio no pudo llegar a tiempo a Italia para salvar a Juan, pero las negociaciones con el nuevo emperador de Occidente Valentiniano III le abrieron un nuevo horizonte. A cambio de retirar sus tropas hunas de suelo itálico recibió el título de magister militum (jefe del ejército) en la Galia. Fue allí, gracias al uso de sus tropas hunas, donde Aecio consiguió afianzar su poder militar y político.

En el año 429 Aecio regresó a Italia para asumir un mando militar de mayor categoría. Al año siguiente organizó un complot para asesinar a Félix, su superior, consiguiendo ocupar su puesto con éxito. Poco después conseguirá eliminar a Bonifacio, magister militum de África y principal opositor en su escalada al mando supremo. Para el año 433 había derrotado a todos sus rivales y logró hacerse con el poder militar absoluto en todo Occidente. A partir de este momento consiguió mantener a raya a la mayoría de los pueblos bárbaros que campaban a sus anchas por el Imperio. Enfrentándose con mayor o menor éxito a los burgundios, alanos, francos y visigodos que asediaban la Galia, gracias a lo cual, la región pudo gozar de un periodo de relativa paz y estabilidad que durará hasta el año 451.

Atila, el mayor caudillo de los hunos, conocido en Occidente como El Azote de Dios, emprendió la ofensiva contra el Imperio a comienzos de aquel año. A su horda esteparia se sumaron contingentes de pueblos aliados como fueron los ostrogodos o los gépidos que vivían en los inmensos dominios de los hunos. Su ejército cruzó el Rin, arrasando la ciudad de Metz a su paso, tras lo cual utilizó las calzadas romanas para internarse aún más en aquel territorio. Tras su estela sólo quedaba desolación. Antes de llegar a Orleáns, puerta a la Aquitania de los Visigodos, había arrasado grandes asentamientos como eran Estrasbrugo, Colonia, Reims o Amiens.

Saqueo de una villa galorromana por parte de los hunos
Aecio, ante el peligro que se cernía sobre el Imperio, y viendo que los visigodos no habían podido o querido detener a los hunos en la Galia, decidió tomar cartas en el asunto. Para enfrentarse a Atila reunió un ejército imperial al que se sumaron tropas de francos, sajones, alanos y burgundios, los cuales a pesar de haberse enfrentado a Roma en el pasado, preferían a ésta que a Atila y sus hunos. Además de crear este ejército, Aecio convenció con éxito al rey visigodo Teodorico I de formar una alianza, sumando las fuerzas visigodas al heterogéneo ejército romano.

Las tropas de Aecio y Atila se encontraron cuando éste último estaba a punto de conquistar Orleáns. Atila ordenó la retirada, cruzó el río Sena y esperó para plantar cara a Roma y sus aliados en una gran llanura próxima al río, sin duda un terreno más que adecuado para sus grandes contingentes de caballería. Aquel fue el lugar donde se libró la batalla de los Campos Cataláunicos. El lugar donde se frenaron las ambiciones de Atila, Rey de los hunos.

Si bien no hubo un claro vencedor en el campo de batalla, los Campos Cataláunicos se consideran una victoria romana. Se trató de una batalla decisiva para la historia de Occidente, puesto que se logró el repliegue de los hunos, evitando la caída de la Galia y quién sabe si de gran parte del Imperio. Si Aecio hubiera sido derrotado, los hunos se habrían convertido en un poder indiscutible y dada su naturaleza esteparia, pagana y belicosa, es probable que gran parte de la herencia clásica que sobrevivió al Imperio se hubiera perdido entonces.

La batalla de los Campos Cataláunicos consiguió encumbrar a Aecio ante los ojos de Roma, pero al mismo tiempo acabó por ser su condena. El emperador Valentiniano III, temeroso de la creciente popularidad de su general, pensó que Aecio querría el trono para sí mismo. Fue en su palacio donde decidió acabar con sus temores atravesando con una espada la espada de su general. Allí, a los pies del emperador, Flavio Aecio, el salvador de Roma, murió desangrado.

martes, 24 de marzo de 2015

Salir de la Caverna: filosofía para todos. Parte I.

Autor colaborador: Guillermo García del Busto Miralles

Imagina una sala de cine gigantesca donde cabe toda la humanidad. Imagina que la pantalla es titánica y cubre toda la pared del fondo, desde el suelo hasta más allá de donde alcanza la vista. Detrás de la pantalla, unos potentes focos que proyectan, sobre la misma, las sombras de aquello que se cruce por delante. Imagina las butacas ocupadas en su práctica totalidad, pobladas por personas, eso que llamamos humanidad. La gente está atada a su butaca con cadenas y no puede moverse, su cabeza atrapada entre dos tablas, una a cada lado, impidiéndole ver el entorno, forzando a mirar la pantalla. De fondo, un constante flujo de ruido, lamentos, insultos, risas, conversaciones… que dan voz a las sombras de la pantalla. Imagina que de repente, entra una persona andando. El ambiente es oscuro, como en toda sala de cine una vez ha empezado la película. Esa persona tropieza con un espectador.

- ¿Qué ha ocurrido?- se sobresalta el espectador.

- Disculpe caballero, me he tropezado porque mis ojos aún no se han acostumbrado a la oscuridad.

- ¿Oscuridad? ¡Pero si se ve perfectamente! Siempre se ha visto bien… Lo único que no veo es a la persona que me habla, ¿quién eres, por qué no puedo verte?

- Me llamo Amaranta y si no me ves, es porque algo impide tu visión. Podría tratar de remediarlo, pero de nada servirá si tú no quieres realmente.

- Quiero verte, Amaranta, me gusta tu voz. Haz lo que sea necesario… ¡Ay! ¿Qué has hecho?

- Perdona, he arrancado las tablas que te impedían girar la cabeza, gírala ahora.

- Hola Amaranta, ahora te veo. Pero veo mucho más. ¿Quién es toda esa gente? ¿Qué es este lugar?

- Son tus vecinos, nunca los habías visto así, de hecho nunca los habías visto en términos estrictos. Son esas personas con las que has compartido infinidad de conversaciones sobre lo que ocurre en la pantalla.

- ¡Ssshhh! Un respeto, por favor- interrumpe otro espectador-. Quiero escuchar lo que pasa.

- Quizá deberíamos irnos a otro lugar para hablar, ¿qué te parece?

- ¿A otro lugar? ¿Es que hay otro lugar que no sea este? Dime, Amaranta, ¿por qué iba a querer moverme, con lo cómodo que estoy?

- Es posible que no quieras, pero para no interesarte preguntas demasiado. Una persona con tantas preguntas en la cabeza no puede quedarse quieta, ¿me equivoco?

- Lo cierto es que me intrigas, siento mucha curiosidad, pero también sé que la curiosidad mató al gato, y que la muerte es una mujer seductora. ¿Qué me garantiza que después de irme contigo pueda volver aquí?

- Nada- responde secamente Amaranta-. Si vienes conmigo, volver, volverás seguro, pero quizá ya no seas el que hoy eres. Si no confías en mí, confía en tus preguntas. Ellas son poderosas aliadas cuando les prestas atención, pero te torturarán vivo si tratas de reprimirlas.

- Está bien, Amaranta. Llévame a ese otro “sitio”. Por cierto, me llamo Platón.

- Eso, marchaos de aquí, dejad de molestar a la gente- espeta otro espectador, impaciente, incómodo con la conversación-.

Amaranta hace ademán de marcharse hacia el fondo de la sala. Platón se levanta, da unos pasos, pero se para bruscamente.

- ¿Qué es esto, Amaranta? Quiero seguirte, pero no puedo, algo me tira de los tobillos y las muñecas.

- Es el primer paso, Platón. Si no te mueves, no sientes las cadenas.

- Cadenas… las tengo bien sujetas, pero nunca me había fijado en ellas. Claro que nunca las había tensado… ¿Qué son? ¿Cómo me libro de ellas?

- Es difícil. Si no las veías ni las notabas es porque estabas cómodo con ellas. No te sorprendas, la comodidad que te brindan esas cadenas se debe a su propia naturaleza: están hechas con todos tus prejuicios, rutinas, pensamientos irreflexivos y tradiciones. De hecho, casi podríamos decir que son la comodidad misma en este lugar. Al menos para los demás, porque para ti, Platón, ya es tarde, ya has visto de qué están hechas, ya has visto que además de proporcionar comodidad, son un severo límite. ¿Cómo romperlas? Sencillo de explicar, pero difícil de realizar: solo tienes que desaprender lo que crees que sabes y conoces. Dicho de otra forma, solo tienes que entender que, en realidad, no sabes nada. Vacía tu mente de cualquier otra cosa, repite conmigo: “solo sé que no sé nada”. Que ese sea tu único principio, al menos por ahora.

- Solo sé que no sé nada… Eso ya lo he oído antes, no hace mucho creí escuchar a un viejo murmurar algo parecido, pero enseguida le mandaron callar otros espectadores, creo que yo mismo le chisté. Solo sé que no sé nada…  es duro interiorizar esto. Todo lo que he discutido con mis vecinos y vecinas, todas las conclusiones a las que hemos llegado sobre lo que ocurre en la pantalla, que es donde ocurren las cosas…

- Si notas que tu voluntad flaquea, piensa en las preguntas, Platón. ¿Acaso puedes explicar por qué estoy aquí, sin cadenas, hablándote de cosas que parecen locuras y de sitios que no has visto, con los parámetros de lo ocurrido y lo discutido en torno a las sombras de la pantalla?

- No, sin duda no puedo explicarlo. Pero es duro, tengo tantos datos, tantas fechas, tantos hechos, tantos nombres en la cabeza… Me sentía orgulloso de recordarlos todos. No había quien me superase en las discusiones, porque para cada tema tenía a mi disposición cientos de frases, modelos a seguir y conclusiones que me había proporcionado la pantalla. Es más, ni siquiera podría hablar contigo si no fuese por esta, aquí aprendí a hablar.

- Sombras, discutías sobre sombras, tratabas de ganar charlas de salón con sombras e ideas 
preconcebidas que no son tuyas. ¿Nunca te has preguntado si lo que dices es correcto?

- Claro, pero mi memoria no suele fallar, así que asumo que lo que digo es de hecho correcto: en la medida en que repita exactamente lo que dice la pantalla, no puedo confundirme, es lo que hay. Retrato la realidad como hace un pintor en un cuadro.

- ¡Largaos de una vez, locos!

- ¡Volved a vuestro sitio! –los espectadores cercanos se ponen cada vez más nerviosos, un rumor empieza a sobreponerse al sonido digital de la sala-.

- Tienen razón, debemos movernos para seguir avanzando. ¿Quieres ver lo que hay detrás de esa pantalla, Platón? Pues aprende, interioriza, asume que no sabes nada, que estás tan perdido como tus vecinos. No, todavía más, puesto que crees que sabes y que tienes razón. No tengas miedo a la incertidumbre, utiliza tus preguntas a modo de cizalla y rompe tus cadenas. ¡Hazlo ya o vuelve a tu sitio!

Platón cae de rodillas, todo su esfuerzo está volcado en la lucha que mantiene consigo mismo. A estas alturas, la razón le dicta que siga a Amaranta, pero el deseo no quiere desprenderse de las cadenas de la comodidad; la voluntad tontea con una y con otro, pero finalmente se alía con la razón.

- ¡Se están deshaciendo, las cadenas se deshacen!

- Otro paso más, Platón, otro paso. Estás empezando a comprender.

- Entiendo, entiendo que no sé nada, que no he parado de emitir opiniones sobre cosas, que he avalado y he criticado otras opiniones, pero que todas ellas estaban basadas en algo equivocado: unas cadenas que te limitan y te dan comodidad a la vez, unas tablas que me impedían mirar y una pantalla que… ¿Qué hay detrás de la pantalla? Cuidado, igual me estás engañando… ¿Por qué he de creerte a ti en lugar de a la pantalla? ¿Qué hace a tu criterio superior? ¿Por qué estás tan convencida de que hay otra cosa que las conclusiones a las que hemos llegado en nuestras butacas y la pantalla que nos ha proporcionado el material para discurrir? ¿Cuál es esa vara de medir que convierte todo lo que yo creía en un gran montón de nada?

- Te lo mostraré, Platón. O al menos lo intentaré. Sígueme.

     La multitud de alrededor se debate entre abucheos y aplausos cuando los dos protagonistas comienzan a andar hacia la pantalla. La mayor parte de ellos se alegra de que por fin dejen de interrumpir y se sienten aliviados cuando vuelven a escuchar sin interrupciones el sonido que sale de los altavoces. Mientras se acercan al fondo de la sala, a Amaranta y a Platón les llueven los insultos, primero solo uno o dos, pero a medida que avanzan la actitud de los pocos se contagia a los muchos y Platón empieza a temer por su vida. Finalmente, llegan a la altura de la pantalla y se introducen detrás, por un lateral.

- Contempla, Platón, lo que hasta ahora para ti agotaba la realidad.

- Sombras, solo sombras proyectadas en una pantalla. Dicho de otra forma: hasta ahora me he limitado a discutir sobre sombras de las cosas y no sobre las cosas en sí.

- Vas por buen camino, pero te confundes si crees que lo que estás viendo ahora, las figuras que se cruzan por delante del foco, son el fin del viaje, solo es el principio. Lo que ahora mismo contemplas no es más que una serie de copias. Es decir, los espectadores que siguen atados a sus butacas no hacen otra cosa que ver, oír y discutir sobre sombras de copias.

- Creo que me pierdo, Amaranta.

- Es que lo fácil es perderse, Platón. Rescatemos tu ejemplo: imagina a un pintor que contempla una silla y una ventana. Imagina que decide pintarlas sobre un lienzo, ¿crees que encontrarías la silla y la ventana, tal cual son, en el cuadro? ¿O más bien encontrarías la opinión del pintor, trenzada por una serie de sentimientos y prejuicios, sobre la silla y la ventana?

- La pintura puede ser muy aproximada, incluso ser indistinguible de una fotografía, en cuyo caso, ¿no hablaríamos de “lo que es”, no habría el pintor hallado la forma de que su arte represente las cosas tal y como son?

- Pero, ¿cómo son esas cosas? El lienzo del pintor no es muy distinto de la pantalla de este cine. Es más, podemos afirmar que el pintor está tres veces alejado de la verdad de la silla y la ventana: su pintura es la copia de una silla y una ventana determinadas, que a su vez son la copia imperfecta de una idea de silla y una idea de ventana.

- ¿La copia de una idea? ¿Quieres decir que los objetos que proyectan su sombra sobre la pantalla son, a su vez, copias?

- Efectivamente, Platón. Por seguir con el ejemplo de la silla y la ventana, si tú me preguntas qué es una ventana, ¿te bastaría con que te señalase una y dijese “eso”?

- Antes sí, Amaranta, pero desde que se rompieron las cadenas y pude moverme, una respuesta como esa no me satisface lo más mínimo. Si me señalas la ventana no me estás explicando qué es una ventana, me estás señalando un caso concreto de ventana. Si esa ventana es cuadrada, por ejemplo, cuando vea una ventana redonda creeré que es otra cosa.

- Excelente razonamiento, Platón. Demos otro paso. Tú dices que aunque cambie de tamaño, lugar, forma, color y material, una ventana es una ventana. Llegados a este punto, permíteme que te haga yo a ti las preguntas… ¿Qué es lo que hace que la ventana, o la silla, siga siendo lo que es pese a las infinitas diferencias que podemos encontrar entre dos ejemplos de lo mismo? Dicho de otra forma, ¿cuál es la verdad de esa silla o esa ventana?

- Desde luego no el color, ni la forma, ni las patas que tenga o deje de tener, porque una silla rota sigue siendo una silla… eso sí, rota. Lo que hace que una silla sea una silla no puede ser, por tanto, algo que captemos por los ojos, porque los ojos siempre nos van a decir que si lo que ha pintado el pintor es una silla, lo que tenemos delante no lo es, porque no es igual, no es la misma cosa.

- Fantástico. Los ojos, el tacto, el olfato… solo captan el devenir, lo cambiante. Nos engañan. Nos dicen cosas contradictorias. Por ejemplo, si miramos el cuadro de la silla y la ventana, o la silla y la ventana en las que se fijó el artista, podemos decir de la silla que es grande y pequeña a la vez, porque es pequeña respecto a la cama que hay al lado, pero grande respecto al ventanuco que tiene encima. O podemos decir que es amarilla y verde a la vez, en función de la intensidad de la luz o la perspectiva que adoptemos para mirarla. Hace falta algo más para que podamos llegar, no a un acuerdo entre muchos, sino a lo que es de verdad.

- ¿Y qué es esa cosa, Amaranta? En vez de solucionarme una duda me has dejado con dos: qué es eso que hace que una silla sea una silla independientemente de su tamaño, forma, color, etc., y cuál es el camino para llegar a eso a lo que llamas “verdad”.  Hasta ahora lo tenía muy claro: para mí la materia de lo verdadero eran las sombras de estas figuras y autómatas que no paran de cruzarse ante el foco.

- Muy bien, Platón. La clave del saber no está en tener un montón de imágenes, datos y frases pegadizas en la cabeza, sino un montón de preguntas que ayuden a clarificar lo que hasta ahora estaba oculto tras la pantalla. Me sorprende tu actitud, porque la última vez que intenté explicarle esto a alguien fue dramático: cuando perdió las cadenas se sintió tan atemorizado que me agredió y se sentó corriendo otra vez en la butaca. Normalmente, la libertad da vértigo, da miedo, incluso duele. Perder las cadenas y, más aún, ver lo que está detrás de la pantalla, suele producir un rechazo agresivo. Es comprensible, porque muchas personas no quieren saber, solo quieren vivir tranquilas. La mayor parte de la gente que llega hasta aquí simplemente rechaza lo que le muestro porque para la gente, pese a ver el foco y los autómatas que se cruzan por delante, siguen pensando que lo real, lo verdadero, son las sombras. Pero a ti, Platón, te ha traído hasta aquí la pregunta, las preguntas si quieres, aunque todas giran en torno a lo mismo: qué es real y cómo sé que lo es; cómo distinguir verdad de falsedad, pero también verdad de opinión; cómo distinguir la idea de la imagen. Ahora que ves lo que hay detrás de la pantalla empiezas a entender que lo que contemplabas sentado en la butaca era el equivalente visual a la más zafia charlatanería, que ahora estás mucho más cerca de comprender lo que es que antes, que pese a todas las discusiones que mantuviste con tus vecinos, no hacíais más que dar vueltas sobre la nada.

- Las preguntas me desbordan. Y quiero saber más, Amaranta. Dame más.  

- Todo a su debido tiempo y en su justo lugar, sígueme de nuevo, nos vamos de aquí.
Amaranta coge a Platón de la mano y le guía detrás de las figuras que bailan delante del foco, más allá del foco, hacia una puerta que no parece tal. Amaranta la abre y se para a un lado. Mira fijamente a Platón.

- Te he traído hasta esta puerta, pero he de advertirte que una vez la cruces, ya nada será igual. Hasta ahora podías volver a tu butaca y, bien o mal, más pronto o más tarde, podrías volver a acostumbrarte a las cadenas y a la pantalla. Pero si cruzas esta puerta y asciendes por las escaleras, pase lo que pase, ya no podrás decirte a ti mismo que esto te lo has imaginado o lo has soñado. Una vez la cruzas, ocurra lo que ocurra, no habrá vuelta atrás.

- ¿Qué intentas decirme, Amaranta? ¿Es peligroso cruzarla?

- Efectivamente, Platón. Toda persona que la ha cruzado, de una forma u otra, ha perdido algo para ganar algo. Y en muchas ocasiones lo que se pierde es la seguridad. Si atraviesas el marco, te juegas tu vida, tal y como la vives ahora, pero también te juegas la vida, lo que te separa de la muerte.

- Es una opción vital. Esto no es como ver otra escena en la pantalla. Si entro ahí, todo va a cambiar, ¿es eso?

- Es eso. No puedes imaginar todavía hasta qué punto es eso. Solo te confundes en una cosa: si atraviesas la puerta no es para entrar, es para salir.

- Salir…


- Y ten en cuenta otra cosa, Platón: yo puedo mostrarte la puerta, pero eres tú quien debe decidir si la cruza o no. Es la razón la que debe comandar la nave a partir de aquí, de lo contrario te hundirás. 

martes, 17 de marzo de 2015

Tipos de Gladiadores II - Hoplomachus y Murmillo (Myrmillo)

Los munera gladiatoria son la lucha entre dos (o más) guerreros, por lo que no es raro que se usasen los nombres de un tipo de soldado para denominar a un tipo de gladiador por las armas que usaba en el combate. Un ejemplo es el del hoplomachus, que recibía su nombre por el escudo de forma redonda que recordaba al hoplon griego usado por los hoplitas, aunque en su plural hopla, llegó a denominar al conjunto de las armas del guerrero (panoplia). Por esto el nombre de hoplomachus viene a significar “luchar con armas” (hopla, “armasy machain, “luchar”).

Representación de un hoplomachus  y un murmillo.
Fragmento del mosaico de Zliten, cerca de Leptis Magna (s. II d. C.),  
El escudo circular de bronce se denominaba parmula, que se sujetaba con un asa central en la parte posterior, lo que le permitía llevar un arma secundaria en la mano izquierda (una daga o espada corta) y una lanza como arma principal en la mano derecha. La lanza recordaba a los hoplitas griegos, aunque lógicamente no era tan larga como la de los soldados helenos que combatían en falange cerrada y el escudo era de menor tamaño.

Respecto a la protección de la cabeza se cubría con un casco de ala ancha, con visera y cresta con una pluma a cada lado, un modelo que recordaba al que también usaba el thraex. Por lo que podemos ver en los mosáicos y otras representaciones que nos han llegado, llevaban el torso descubierto y se protegían el brazo derecho con una manica acolchada.

Las piernas del hoplomachus estaban protegidas con unas grebas que le cubrían la espinilla y la rodilla, llegaban a cubrirle los muslos. Debajo llevaba unas protecciones acolchadas desde los pies hasta debajo del taparrabos (sujeto con un cinturón, balteus). Estos “pantalones” no solo protegían de los golpes directos a los muslos, sino que servían para que las grebas fueran más cómodas y evitar el roce directo del metal en la piel.

Aunque parezca que la panoplia del hoplomachus era ligera, se estima que llegaba a pesar unos 18 Kg, por lo que le englobamos dentro de los tipos de gladiadores pesados.

Yelmo de murmillo, imagen de
Carole Raddato (Frankfurt) 
En las luchas de gladiadores existían diferencias entre los gustos de las provincias de oriente y de occidente. Al recordar a un guerrero heleno, el hoplomachus no era reconocido como una tipología de gladiador en algunas partes orientales del Imperio; sin embargo, en el oeste eran muy populares las luchas contra el murmillo y también contra el thraex, cuya indumentaria era bastante similar.

El segundo tipo que nos ocupa hoy es el murmillo. Este gladiador tuvo sus primeros pasos en la arena a mediados del siglo I a. C., en sustitución del tipo gallus, que desaparece en época muy temprana. Su nombre proviene del la palabra griega morýros ("pez"), aunque algunos opinan que la etimología procede del latín muraena, que es el pez conocido como "morena", por la forma de combatir escondiéndose detrás de su gran escudo y solo asomándose para atacar y dar un golpe certero

Su casco tenía una cresta con forma de aleta de pez decorada, muy a menudo, con un penacho de plumas. La máscara que le cubría la cara tenía forma de enrejado con agujeros que le dificultaba mucho la visión, teniendo que mover la cabeza y el cuerpo para poder ver a su alrededor, ya que la visión lateral quedaba totalmente obstruida.



Cantimplora con relievede un murmillo y un thraex .
Licensed under CC BY-SA 3.0
Se protegía con una manica el brazo derecho, mano que quedaba más expuesta al realizar los ataques. El tipo de espada que usaba era la spatha, tras la reforma augusta pasó a usar el gallus. Al ser la única arma que portaban, en ocasiones, se lo ataban a la muñeca para no perderla. En el brazo izquierdo llevaba el scutum (también usado por el gladiador denominado samni y el gallus). Usaba una graba corta en la pierna izquierda, que adelantaba para tomar la posición defensiva.

Toda la panoplia del murmillo pesaba de 16 a 18 kg, siendo el escudo macizo lo más pesado, por lo que lo podemos incluirle dentro de los gladiadores pesados. Se les solía emparejar con otros tipos que llevaban escudo pequeño, por lo que era muy común verle combatir contra un thraex, ya en época imperial. También en los espectáculos a veces se enfrentaba al murmillo (pez) contra el retiarius (pescador, ya que portaba un red).

domingo, 15 de marzo de 2015

Alejandro Magno - Parte II: Educación

En nuestra anterior publicación sobre Alejandro remarcamos el impacto que tuvo su reinado y cómo a su muerte la civilización griega alcanzó unas cotas de grandeza y extensión nunca antes vistas, ligando culturalmente lugares tan lejanos y dispares como pudieron ser Egipto y las fronteras orientales del desaparecido Imperio aqueménida. Así mismo, subrayamos la capacidad que tuvo el rey, también propia de sus herederos políticos, a la hora de asimilar las nuevas culturas y gentes que configuraban aquel inmenso y heterogéneo dominio. Una labor, que sin duda fue fundamental para conseguir establecer las élites greco-macedonias que dominarán estas regiones hasta la llegada de las legiones romanas. Sin duda alguna, Alejandro III fue un individuo único y, como bien hemos señalado, su legado trasformó el mundo; pero hubo un día en el que aquel hombre no era más que un muchacho, el príncipe de un reino balcánico fronterizo con tribus bárbaras, y que estaba lejos de poder compararse con el esplendor cultural y político de las viejas polis como eran Tebas o Atenas.


Filipo II, el padre de Alejandro, consiguió que Macedonia obtuviera un papel más que  determinante en el mundo griego, obteniendo la hegemonía política de su reino sobre todos sus vecinos. Si bien en un futuro esperamos analizar con más detalle el reinado de Filipo, esto nos lleva a la raison d´être de este escrito: la educación que decidió dar a su hijo Alejandro, puesto que los valores y conocimientos que recibió el joven príncipe fueron determinantes en sus futuras acciones como rey. Y al hablar de este proyecto educativo nos encontramos con otro de los grandes personajes de la Antigüedad, el más importante de los preceptores de Alejandro y quién más influyó en su vida, el filósofo Aristóteles.
Aristóteles fue uno de los muchos intelectuales que aceptaron la invitación de Filipo a establecerse en la corte y ciudades macedonias. Tanto él como sus discípulos se asentaron en la localidad de Mieza, desarrollando su labor educativa desde el Ninfeo o Templo de las Ninfas, convirtiendo este emplazamiento en un lugar dedicado al estudio y la reflexión.

Allí, el joven príncipe convertido en discípulo, fue instruido en los fundamentos de la ética y la política. Además, bajo los ideales de la paideia (trasmisión de valores y saberes entendidos como necesarios para la educación de los ciudadanos), aprendió sobre la importancia de la gimnasia, la gramática, la retórica, la poesía o las matemáticas. Si bien no podemos saber el grado de influencia exacta que ejerció Aristóteles en el hacer político de Alejandro, sin duda sí hizo que se interesase por la filosofía, la geografía, la zoología o la botánica. Así nos lo atestiguan las cartas (aunque muchas se han demostrado como falsas) que se enviaron desde que se separaron, donde Alejandro acercaba a su maestro los grandes descubrimientos y maravillas del mundo que se abría ante sus conquistas. Durante los primeros años, la admiración que sentía Alejandro por su maestro era enorme, y siempre se mostró dispuesto a seguir la línea del idealismo humanitario en el que había sido instruido por él; lamentablemente, con el tiempo, la personalidad del rey fue oscureciéndose. Las largas campañas llenas de calamidades, las conjuras políticas y los intentos de asesinato acabaron por arrastrarle a un pragmatismo político que andaba, en gran medida, lejos de los principios en los que había sido educado.

Alejandro fue educado como macedonio que era, pero también recibió los valores e ideales propios de la educación de las ciudades-estado griegas. Si bien su lengua madre fue el macedonio antiguo, Alejandro aprendió griego y desde bien joven utilizó este idioma para leer a Homero, Esquilo, Sófocles o a Jenofonte, por citar algunos. Tuvo como referente las historias de los mismos héroes que podían inspirar a cualquier espartano o ateniense, tratando de alcanzar la gloria de Aquiles o Heracles a través de sus acciones. En definitiva, podemos asegurar que en Alejandro encontramos la “composición” perfecta entre lo macedonio y lo griego, que, a pesar de ser realidades diferentes, también estaban estrechamente vinculadas. Al fin y al cabo, no olvidemos que la civilización griega no se limitaba a las ciudades-estado de la Hélade, sino también a lugares como el reino macedonio que nos atañe, las colonias de la Magna Grecia o las ciudades de Asia y el Mar Negro.


En definitiva, la educación que recibió Alejandro le llevó a convertirse en el gran político que fue en vida. Si bien con el tiempo, su faceta pública acabó por obligarle a adoptar medidas que andaban lejos de las ideas que Aristóteles trató de inculcarle, podemos asegurar que la influencia de sus enseñanzas dejó su impronta hasta el día de su muerte. El panhelenismo con el que legitimó sus conquistas, su hacer político con amigos y enemigos, su curiosidad por lo desconocido e incluso la forma en que saboreó la vida evocaban, en mayor o en menor medida, las lecciones que percibió como príncipe antes de someter el mundo a sus pies.

martes, 10 de marzo de 2015

Tipos de gladiadores I - Arbelas (Scissor) y Dimachaerus

Una vez explicados los munera gladiatoria, nos parece fundamental hablar de los verdaderos protagonistas, los gladiadores. A lo largo de varias semanas haremos un recorrido por las distintas fuentes que nos han llegado para poder distinguir los tipos de luchadores que se enfrentaban en la arena: época de aparición, su armamento, forma de luchar... 

A este gladiador se le conocía como scissor, aunque la primera referencia que tenemos a este tipo de gladiador es en la Oneirocritica de Artemidoro (La interpretación de los sueños), escrita en el siglo II d.C., aunque se refiere a la denominación dada por los griegos. El autor lo equipara con un dimachaerus (que usaba dos espadas o espada y daga –hablaremos de ellos en artículos posteriores-). Respecto a la etimología, probablemente hace referencia a un cuchillo de zapatero semicircular (arbeloz) ,usado para cortar el cuero, que recordaba al arma usada por este gladiador.

Los distintos tipos de gladiadores solían pelear siempre contra otro mismo tipo, es decir, existía una ficticia enemistad y confrontación entre los gladiadores según su caracterización y armamento. Por las pocas representaciones que tenemos, los arbelas luchaban contra el retiarius y contra otro arbelas.

Recreación de un arbelas (scissor)
Iba equipado con un casco, una armadura de escamas o malla que cubría casi hasta las rodillas, un guardabrazo acolchado o de metal en láminas en su brazo derecho, y grebas cortas en las dos piernas. Los relieves conocidos muestran cascos cerrados. En algunos casos están representados como casco plano y en otras llevaba cresta. Es probable que este último caso lo usasen cuando se enfrentaban a los retiarius. No llevaba escudo, pero en uno de los relieves aparece llevando un arma inusual; el arma tiene una pieza de armadura en el antebrazo que acaba en una hoja con forma de media luna creciente, muy afilada para poder cortar tanto en la defensa como en el ataque. Aparentemente es un arma que serviría para desviar los ataques del enemigo y trabar el arma. En la mano derecha porta una daga de hoja recta.

Se estima que todo el equipo de los arbelas pesaría unos 25 kg, estamos hablando de un gladiador pesado y lento, de ahí la posibilidad de espectaculo al enfrentarlo a un ligero retiarius, que tendría que buscar los puntos donde se le podía herir (muslos y brazos).


Del segundo gladiador al que nos acercamos hoy, dimachaerus, solo tenemos un par de referencias escritas y un relieve en el que se le ve de manera clara e inequívoca (imagen abajo a la izquierda). Surge a finales del Imperio y se le denominaba así por las armas que usaba: dos machaeri (machetes), uno en cada mano; aunque se conocen excepciones en las que se le permitió usar otro tipo de espadas gladius e incluso spatha.

Su cabeza estaba cubierta por un casco cerrado de ala ancha y se cubría las piernas con grebas. El torso se protegía con una armadura de escamas, ya que al no llevar escudo, necesitaba una buena protección. A veces se le asemeja al scissor, por la armadura y el casco.

Relieve de un dimachaerus, s. III,
(Museo Arqueológico de Hierápolis)
Ante la falta de fuentes que nos den referencias sobre el dimachaerus, algunos estudiosos son partidarios de la teoría que afirma que en verdad este tipo no existió como tal, sino que dimachaerus era el término para referirse de forma genérica a todos los luchadores (dando igual el resto de panoplia) que usaban un arma en cada mano, omitiendo el uso de escudo. Sin descartar dicha teoría, hay que añadir que Artemidoro en su Oneirocrítica, lo nombra junto al resto de gladiadores.

Que continuasen surgiendo nuevos tipo de gladiadores estando a finales del Imperio, nos indica que los munera gladiatoria seguían en pleno desarrollo y con el interés de los espectadores.

sábado, 7 de marzo de 2015

Munera gladiatoria II: de lo privado a lo público.

Los munera gladiatoria (combates de gladiadores) surgen dentro de una estructura de pensamiento mítico, en el ámbito funerario de la antigua Roma, formando parte de un ritual de carácter sagrado. Munus, singular de murera, puede traducirse como deber u obligación. Cuando un miembro de una familia patricia fallecía, los familiares estaban obligados o tenían el deber de ofrecer combates con espada a muerte durante el óbito. Era una cuestión fundamental que existiese derramamiento de sangre en el combate para que el alma del difunto se viese propiciada en su viaje a la otra vida. De esta forma, podemos entender el munus como una forma de sacrificio humano, ritual acorde con el horizonte de pensamiento romano, donde la violencia y la muerte tenían fuerte raigambre (ver entrada: ¿qué son los munera gladiatoria?).

Frescos de una tumba de Paestum (circa s. V a. C.), que representan un munus.

El origen de esta práctica ritual es la adaptación de una costumbre del pueblo campano, procedente de la Campania en la Península Itálica, zona de clara irradiación cultural etrusca. Los campanos tenían la costumbre de celebrar copiosas cenas y banquetes que eran amenizados con combates a muerte. Los romanos se apropiaron de esta práctica, probablemente etrusca en origen, durante las guerras contra los samnitas, donde los campanos fueron fieles aliados de Roma. Cuenta Livio que los samnitas fueron grandes guerreros que no se sometían fácilmente (protagonizaron tres arduos conflictos con Roma y no fueron sometidos totalmente hasta que Sila masacró lo que quedaba de este pueblo en el contexto de la Guerra Social) lo que provocó el odio de los campanos que cuando los capturaban les obligaban a tomar parte en los combates de gladiadores celebrados en sus banquetes. Este hecho, dio como resultado que en los primeros tiempos de los combates, samnita fuera sinónimo de gladiador, y la primera tipología de combatiente en los munera.

Los romanos ritualizaron la práctica de origen etrusco y la incluyeron en sus ritos funerarios pero la causa del éxito de los munera, y su evolución, hay que buscarla en el significado material de esta costumbre. Hemos visto que el difunto necesitaba sacrificios para su viaje y para sancionar su estatus social pero ¿existe un objetivo “más acá” de lo espiritual? La familia del difunto tenía razones terrenales para la celebración de un funeral-espectáculo. Con la organización del munus, se mostraba la capacidad económica y organizativa al resto de la sociedad romana (ritual conspicuo), postulándose el organizador como un gobernante capaz para ocupar una magistratura. Es la instrumentalización política de los munera lo que va a provocar su complejización y su desacralización.

Un ejemplo perfecto de esta instrumentalización fue el funeral de Brutus Pera (264 a. C.), el primero de muchos en un contexto de profunda crisis de Roma, la Primera Guerra Púnica, donde los organizadores se preocuparon por hacer ver al pueblo de Roma que eran ciudadanos capaces, con habilidades administrativas y dotes de gobierno, lo que la República necesitaba en tiempo de decadencia, hombres a la altura de las circunstancias. A partir de este momento, aunque sigan celebrándose en un contexto funerario, los munera van a ser mucho más que un óbito. Se transforman en un espacio pedagógico con fuerte carga política, y de forma paulatina van a ir adquiriendo un carácter “nacional”, propiamente romano, por condensar la práctica de todos los valores transmisibles a las nuevas generaciones. El uso político-social de los munera provocó su multiplicación, pese a no tener un carácter oficial ni regulación senatorial, comenzaron a masificarse debido a que los funerales empezaron a ser abiertos a todo aquel que quisiera presentar los respetos al difunto y de paso disfrutar de buenos combates a muerte. Directamente proporcional a la masificación fue su complejización organizativa: construcciones efímeras (gradas), aparición de figuras dedicadas a la trata de gladiadores (lanista), actos paralelos al funeral, la ampliación del tiempo entre la muerte y la celebración del funeral, y una mayor duración de los munera, con varias parejas de gladiadores. Toda esta parafernalia performativa consiguió ir expulsando al munus del ámbito funerario, desacralizándolo.

Representación de varios gladiadores y un arbitro de combate.
Fragmento del mosaico de Zliten, cerca de Leptis Magna (s. II d. C.),  
Otro ejemplo de instrumentalización de los munera se da en pleno contexto de conquista quirúrgica, el gran proyecto de dominación de la República romana. Al igual que se hacía en el mismo corazón de la República, y con similares intenciones, Roma usó la celebración de munera en tierras extranjeras, como elemento de romanización y dominación cultural de los pueblos conquistados. Los munera no eran simples combates entre gladiadores, eran la exaltación de Roma y una clara muestra de su superioridad y capacidad de buen gobierno. Claro ejemplo fue la celebración, por todo lo alto, de unos munera por parte de Escipión el Africano, para conmemorar la memoria de su tío, en el 206 a. C. (muerto cinco años antes). Los celebró en Hispania, tras haber asegurado la Península derrotando a la temible Cartago. Con claras intenciones políticas, Escipión, quiso mostrar a los pueblos de la Península que Roma era la única capaz de gobernarlos, mejor que sus antiguos señores humillados por la Republica. La materialización de la hegemonía cultural de Roma era manifiesta y se sancionaba a través de los munera, que fueron asumidos y practicados por los gobernantes de pueblos sometidos no romanos, con los mismos fines (Antíoco IV, Rey de Siria, 175-164 a. C.).

Por todo lo explicado anteriormente, los munera comienzan, muy despacio, a transformarse en un espectáculo público. Las autoridades romanas se hicieron eco de la eficacia política de un ritual al que poco le quedaba de sagrado.

A finales de la Republica, dos senadores, en el año 106 a. C. van a ofrecer un munus fuera del contexto religioso, simplemente por el gusto de darlo pero, su verdadero objetivo es el de fomentar el espíritu guerrero del pueblo romano, el coraje, la virilidad y el gusto por el entrenamiento militar, contrarrestando las frívolas costumbres griegas. A partir de este momento, los munera se convierten en espectáculos de carácter público, surgiendo la necesidad de ser regulados por las autoridades civiles romanas. La primera legislación se sanciona en 105 a. C. con las leges gladiatoriae que nombran a los magistrados encargados de su regulación y funcionamiento en Roma y sus provincias, prohibiendo terminantemente la celebración de munera sin consentimiento de las autoridades civiles de la República. Por fin el Estado romano se hacía eco de la importancia y los beneficios políticos y económicos que se derivaban de su control (se crearon impuestos específicos que gravaban la actividad).

Ave Cesar, Morituri te Salutant, obra de Jean-Léon Gêrome (1859)

En el siglo I a. C. los combates de gladiadores estaban institucionalizados y se habían transformado en un rico espacio político para tener acceso a las magistraturas senatoriales, eran un espectáculo clásico durante las campañas electorales. El mensaje era muy sencillo: el que es capaz de organizar los mejores munera (y los más fastuosos) era capaz de gobernar. La plebe de Roma adoraba los munera y esto los convirtió en requisito fundamental. Los candidatos para distinguirse comenzaron a realizar espectáculos anexos, diversificando las exhibiciones con nuevos gladiadores traídos de lejanos territorios y la inclusión de animales exóticos, domesticados o no. El mejor ejemplo de este intento de innovar lo proporcionó Cayo Julio César que introdujo una exhibición temática de armas y armaduras de los gladiadores, gastando grandes sumas de dinero. Este gasto era más bien una inversión a corto plazo con claro rédito político, además, de forma muy inteligente César generalizó la missio (perdón) para sus gladiadores más costosos. La costumbre del perdón terminó con la obligación de que los combates acabaran en muerte (como ocurría en el ámbito funerario) lo que ocasionó un gran ahorro y la formación de mejores gladiadores, que comenzaron a ser tenidos en cuenta. Antes infames y socialmente mal vistos, van a empezar a tener un claro reconocimiento, a ser aclamados por la plebe, y en época imperial se convertirán en grandes e idolatradas estrellas del deporte (recodemos que incluso las nobles patricias pagaban grandes sumas para fornicar con famosos gladiadores, y la figura se hizo tan notable que en ocasiones hasta el mismísimo Emperador bajó a la arena).

Los munera se hicieron tan fastuosos y costosos que, como nos relata Cicerón, intentaron regularse sus excesos, sin mucho éxito. Aunque más bien fue un intento de los miembros instalados en el Senado para frenar a sus opositores, limitando ciertos aspectos de los munera. Un ejemplo se da en el convulso final de la República donde los senadores intentaron poner límites al número de gladiadores que un edil podía tener en propiedad. Esto se debe a que algunos candidatos tenían verdaderas guardias de gladiadores perfectamente adiestrados que en caso de rebelión o intentos golpistas podían representar serios problemas para la guarnición que defendía Roma (este miedo queda reflejado en la revuelta de Espartaco (73-71 a. C. y la conspiración de Catilina 63 a. C.).


La trasformación y regulación definitiva de los munera se da en época imperial, de la mano de César Augusto, primer emperador de Roma. La Reforma Augusta conllevó la centralización de los munera en el Estado, que se encargaba de su organización con coste cero para el Emperador que los incluyó en los Ludi Imperiales (se tratarán en una futura entrada, como la Reforma Augusta) y promovió la construcción de anfiteatros fijos por toda Roma, algo antes prohibido, y más importante, dictó una serie de normas para que ningún aspecto del espectáculo escapase a su férreo control, estableciendo un calendario oficial para su celebración. Mejoró el reglamento de la gladiatura con prescripciones sancionadas y registradas por escrito. Esta estandarización de reglas, equipo, etc., institucionalizó los munera gladiatoria como deporte imperial, asentando un modelo formal que se perpetuará en la cultura romana, siendo emulado por los sucesivos emperadores con idénticas características, calidades y formato. El ejemplo más perfecto de la institucionalización de los munera lo pueden contemplar hoy nuestros ojos en el centro de Roma: el majestuoso Anfiteatro Flavio (Coliseo), construido por Vespasiano en el 70-72 d.C.

martes, 3 de marzo de 2015

¿Qué son los munera gladiatoria? Parte I

Los munera gladiatoria constituyen uno de los fenómenos más complejos de la antigua Roma. Distorsionada su imagen por esa gran fábrica de ideología y constructora de imaginarios que es la cinematografía, vamos a intentar explicar, con rigor, su surgimiento y evolución. Esta entrada pretende ser una pincelada general a modo de introducción al tema.

Representación de unos juegos funerarios en la tumba 24 de Paestum (s. V a.C.)
Se puede ver un combate de pugilato a la izquierda, mientras que a la derecha luchan dos hombres con escudo casco de estilo samnita y lanza corta agarrada por su extremo; ambos sangran profusamente.

El primero de los problemas es definir qué son los munera. La mayoría de los autores coinciden en explicarlos como la evolución de una práctica deportiva, que con el paso del ámbito privado a su regulación por las autoridades romanas, se transformó en un deporte “nacional” de masas. Los romanos tenían un concepto del deporte muy pragmático, reflejo de sus necesidades de supervivencia y de su proyecto de dominación de la península itálica. La violencia era la esencia de su idiosincrasia, la piedra angular que había transformado a un pequeño pueblo de campesinos en una incipiente potencia que se preparaba para domeñar al resto de pueblos de su entorno. Roma sobrevivía y progresaba con el uso del gladius, con la sangre que este derramaba, y todo ciudadano romano estaba moralmente obligado a luchar y fomentar el espíritu guerrero en sus congéneres. Por estas razones es natural que el pueblo de Roma desarrollase un deporte basado en el gladius.

Por supuesto, los romanos no inventaron este deporte (la práctica de la esgrima es inveterada y está presente en todas las culturas de la antigüedad). Fueron los contactos con el pueblo etrusco los que mostraron a Roma las prácticas deportivas clásicas pero los romanos, como ya se ha citado, tenían un concepto pragmático del deporte y sólo adaptaron aquellas disciplinas que eran útiles para su proyecto de conquista militar, como el pugilato, combate con espada o los desfiles militares que fomentaban la creación de soldados disciplinados. El resto de disciplinas (carrera, salto, jabalina…) eran practicadas como una especie de educación física orientada a hacer del cuerpo una máquina optimizada para la batalla. No existía un elemento competitivo ni lúdico, hablamos casi de una obligación, un duro entrenamiento que se postulaba como el medio para un fin. Esta es la razón principal por la cual el deporte griego fue vilipendiado, siendo definido como una fábrica de valores nocivos para un objetivo militar; incluso Cicerón, nada sospechoso de grecofobia, mostró su desprecio por lo que consideraba inútil para el entrenamiento del ejército, a la par que deleitoso y corruptor de la juventud.

Dentro de este horizonte de pensamiento va a surgir la incipiente práctica del combate con espada que derivará en los munera gladiatoria. Ésta empezó en el ámbito privado de la domus, como combates con espada de madera y punta roma, y se consideraban un ejercicio útil con el que mejorar las habilidades de esgrima, pasando además, un rato agradable. Existían dos modalidades diferenciadas: la práctica privada en la domus desarrollada por los ciudadanos patricios, sobre todo los equites, sin ningún tipo de audiencia o público (la causa de esta ausencia la encontramos en la moral romana que reprobaba la actuación en público con la finalidad de entretener a otros, este hecho, convertía automáticamente al actuante en un infame, carente de toda honra. Es por eso que los patricios se cuidaban de practicarlo en privado). La otra modalidad era la de los munera propiamente dichos, también de carácter privado en un primer momento, y practicada por infames, generalmente esclavos, que peleaban a muerte ante un público reducido. Es esta segunda modalidad la que vamos a analizar con detenimiento, atendiendo a su evolución del ámbito privado funerario al desarrollo de un deporte de masas con gran carga política y potencia pedagógica, gestionado por las autoridades de Roma.