Las Grandes Llanuras forman el corazón de Norteamérica. Es una
tierra de sol, viento y pastos que abarca más de 3.200 kilómetros de norte a
sur y comprende una extensión total de cerca de 2.000.000 de kilómetros
cuadrados. Estas tierras son el hogar de numerosas tribus, algunas muy famosas
gracias a Hollywood, como los Pawne, Pies Negros, Atsina,
Assiniboin, Osage, Poncas, Omaha, Crow, Sioux, Hidatsa, Cheyenne, Comanche,
Kiowa o Arapahoe, por citar algún ejemplo.
En el
Este, el clima da lugar a grandes terrenos de pasto con hierba alta y
abundante, mientras que en el Oeste la hierba es más baja y fuente de alimento
para muchos animales del territorio. Una inmensa región de adversas condiciones
climatológicas, ya que está abierta al viento con lo que, en invierno, las
masas de aire gélido procedentes del norte provocan acusados descensos en la
temperatura; un clima impredecible con largos periodos de sequía y constantes
amenazas de tornados.
Jinetes-cazadores a lomos de caballos abatiendo bisontes con arco y flecha |
Entre
la fauna más característica destacan dos especies de mamíferos: el antílope y
el bisonte. Las tribus de las grandes praderas valoraban enormemente al
antílope, dado que su carne era nutritiva y les proporcionaba útiles como su
cornamenta para las ceremonias y piel para vestirse. Sin embargo, el animal que
dominaba las llanuras era el bisonte, que atravesaba el mar de hierba en
inmensas manadas y del que su número se calcula ascendía a 60 millones de
ejemplares antes de la llegada de los europeos.
Los cazadores de las llanuras
En nuestra mentalidad colectiva
prevalece la imagen de los jinetes-cazadores de bisontes como el modelo
cultural principal de las Grandes Llanuras, especialmente por la representación
que hemos heredado de ellos a través del Western,
que como hemos insinuado anteriormente, fue todo un referente en la industria
cinematográfica estadounidense. Sin embargo, no podemos olvidar que éste modelo
no pudo darse hasta el siglo XVII, tras la introducción del caballo y su
asimilación paulatina por parte de las poblaciones amerindias. Al vivir en un
medio natural tan característico, las culturas de las Grandes Llanuras se
caracterizaron por poseer una alta permeabilidad y una gran capacidad de
adaptación, y no tardaron demasiado en asimilar la llegada de estos animales.
A diferencia de otros elementos
traídos por el hombre blanco, la entrada del caballo sí supuso una
reestructuración total del diseño de estas culturas, que afectó por completo a sus raíces económicas, sociales y religiosas. Con la entrada en escena de
estos animales se rediseñarán todas las facetas de la vida, y con una
sorprendente velocidad, el resultado dará lugar a un nuevo modelo cultural
completamente distinto al anterior.
Antes del siglo XVII, el área de
las Grandes Llanuras daba cobijo a dos modelos económicos distintos: por un
lado la agricultura sedentaria, con el cultivo de maíz principalmente, y, por
otro, la caza-recolección. El principal elemento de socialización dependía de
los contactos comerciales, enmarcados generalmente en un plano de relaciones
pacíficas. La guerra, aunque no les era ajena, se llevaba a cabo como pequeños
asaltos basados más en la búsqueda de prestigio por parte de los guerreros que
para la obtención de bienes.
Además
de cierta dependencia agraria y de la recolección complementaria, estos pueblos
requerían también de la caza. Las batidas se llevaban a cabo provocando la
estampida de la manada hacia un desfiladero que desembocaba en un precipicio, desde
donde se precipitaban al vacío las asustadas bestias. A menudo el número de
piezas era tan grande que no se podía utilizar toda su carne, y aunque se
secaba toda la que se podía cargar, se desperdiciaba bastante de ésta.
Como
ya hemos advertido, la introducción del caballo desde el territorio hispano
cambiará el panorama cultural de un modo trascendental. Incluso las comunidades
agrícolas más sedentarias, ubicadas sobre todo en la parte oriental,
abandonaron sus territorios permanentes para convertirse en nómadas. El caballo
confirió mayor movilidad, facilidad en la obtención de presas y capacidad de
transporte, tanto de alimentos como de bienes comerciales. Todo ello provocó
que en las Grandes Llanuras confluyeran tanto agricultores como
cazadores-recolectores en un mismo modelo económico: el de jinete-cazador.
A
este nuevo panorama debemos sumar la aparición de no pocos pueblos periféricos que
se adentraron en el enorme mar de hierba en busca de un mejor medio de
subsistencia, una decisión que estuvo enormemente condicionada por la presión violenta
que los europeos ejercían en las áreas donde iban asentándose. Esta migración
forzosa degeneró en importantes choques culturales entre poblaciones amerindias
que hasta entonces habían estado separadas por enormes distancias.
Fotografía de indios crow a caballo |
Distintas formas de ver la vida
El
cambio de sedentarismo a nomadismo es una evolución realmente inusual en la
historia. Ambos procesos llevan implícitos percepciones mentales muy diferentes
de las que una cultura difícilmente puede desprenderse, y menos en un espacio
de tiempo tan breve. Los sentimientos de propiedad o seguridad son
completamente distintos para aquél que trabaja la tierra y el que depende de la
caza. La propiedad de la tierra acarrea una mentalidad basada en la vinculación
y el control del medio, otorga confianza respecto a la supervivencia. La
agricultura permite planear el futuro puesto que la conservación alimentaria se
da por segura. Para el hombre sedentario y dependiente de la agricultura, el hecho
de estar tan vinculado al terreno le genera un fuerte sentido de la propiedad.
La
vida nómada, por el contrario, supone una mayor libertad de acción y menor
apego por el territorio. La falta de una fuente estable de alimentos implica
que la supervivencia sea una necesidad más inmediata y pasa a depender en mayor
grado tanto de la caza como de la recolección. Esto provoca un aumento de la
violencia, pues las prácticas de caza incrementan la hostilidad de sus
guerreros y sus tradiciones. Ya no es cuestión de defender las pertenencias
sino de conseguir arrebatárselas al medio o a otros competidores.
Aunque
los primeros encuentros del hombre blanco con los indios de las grandes
praderas fueron relativamente amistosos, la depredación del bisonte y la afluencia
de emigrantes hacia la zona originó el deterioro de la relación entre ambas
culturas. El lucrativo negocio de las pieles
significó una amenaza de muerte para las tribus de las praderas, ya que creció
enormemente su demanda, y llevó a la zona gran número de cazadores dispuestos a
hacer fortuna.
A la práctica
extinción del bisonte se sumó el movimiento migratorio hacia la costa del
océano Pacífico. La afluencia masiva de emigrantes destruyó la caza y llevó
enfermedades a las tribus que allí vivían. Las diferentes tribus debían
desplazarse constantemente a medida que eran desposeídas a la fuerza sus
tierras. La aparición de tal inestabilidad también supuso el aumento de
los estallidos violentos entre los distintos pueblos amerindios, y no sólo contra
los “rostros pálidos”. Como hemos mencionado anteriormente, la entrada de
tribus foráneas alteró las fronteras de los territorios tradicionales, y las
armas de fuego facilitadas por el hombre blanco provocaron un cambio dramático
en la escala de violencia. Así, como consecuencia, podemos concluir que la
llegada de los europeos supuso una serie de notables cambios en la vida de los
indígenas de las Grandes Llanuras, destacando especialmente la introducción del
caballo, hecho que fue el detonante de todos los cambios que hemos descrito.
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