domingo, 15 de marzo de 2015

Alejandro Magno - Parte II: Educación

En nuestra anterior publicación sobre Alejandro remarcamos el impacto que tuvo su reinado y cómo a su muerte la civilización griega alcanzó unas cotas de grandeza y extensión nunca antes vistas, ligando culturalmente lugares tan lejanos y dispares como pudieron ser Egipto y las fronteras orientales del desaparecido Imperio aqueménida. Así mismo, subrayamos la capacidad que tuvo el rey, también propia de sus herederos políticos, a la hora de asimilar las nuevas culturas y gentes que configuraban aquel inmenso y heterogéneo dominio. Una labor, que sin duda fue fundamental para conseguir establecer las élites greco-macedonias que dominarán estas regiones hasta la llegada de las legiones romanas. Sin duda alguna, Alejandro III fue un individuo único y, como bien hemos señalado, su legado trasformó el mundo; pero hubo un día en el que aquel hombre no era más que un muchacho, el príncipe de un reino balcánico fronterizo con tribus bárbaras, y que estaba lejos de poder compararse con el esplendor cultural y político de las viejas polis como eran Tebas o Atenas.


Filipo II, el padre de Alejandro, consiguió que Macedonia obtuviera un papel más que  determinante en el mundo griego, obteniendo la hegemonía política de su reino sobre todos sus vecinos. Si bien en un futuro esperamos analizar con más detalle el reinado de Filipo, esto nos lleva a la raison d´être de este escrito: la educación que decidió dar a su hijo Alejandro, puesto que los valores y conocimientos que recibió el joven príncipe fueron determinantes en sus futuras acciones como rey. Y al hablar de este proyecto educativo nos encontramos con otro de los grandes personajes de la Antigüedad, el más importante de los preceptores de Alejandro y quién más influyó en su vida, el filósofo Aristóteles.
Aristóteles fue uno de los muchos intelectuales que aceptaron la invitación de Filipo a establecerse en la corte y ciudades macedonias. Tanto él como sus discípulos se asentaron en la localidad de Mieza, desarrollando su labor educativa desde el Ninfeo o Templo de las Ninfas, convirtiendo este emplazamiento en un lugar dedicado al estudio y la reflexión.

Allí, el joven príncipe convertido en discípulo, fue instruido en los fundamentos de la ética y la política. Además, bajo los ideales de la paideia (trasmisión de valores y saberes entendidos como necesarios para la educación de los ciudadanos), aprendió sobre la importancia de la gimnasia, la gramática, la retórica, la poesía o las matemáticas. Si bien no podemos saber el grado de influencia exacta que ejerció Aristóteles en el hacer político de Alejandro, sin duda sí hizo que se interesase por la filosofía, la geografía, la zoología o la botánica. Así nos lo atestiguan las cartas (aunque muchas se han demostrado como falsas) que se enviaron desde que se separaron, donde Alejandro acercaba a su maestro los grandes descubrimientos y maravillas del mundo que se abría ante sus conquistas. Durante los primeros años, la admiración que sentía Alejandro por su maestro era enorme, y siempre se mostró dispuesto a seguir la línea del idealismo humanitario en el que había sido instruido por él; lamentablemente, con el tiempo, la personalidad del rey fue oscureciéndose. Las largas campañas llenas de calamidades, las conjuras políticas y los intentos de asesinato acabaron por arrastrarle a un pragmatismo político que andaba, en gran medida, lejos de los principios en los que había sido educado.

Alejandro fue educado como macedonio que era, pero también recibió los valores e ideales propios de la educación de las ciudades-estado griegas. Si bien su lengua madre fue el macedonio antiguo, Alejandro aprendió griego y desde bien joven utilizó este idioma para leer a Homero, Esquilo, Sófocles o a Jenofonte, por citar algunos. Tuvo como referente las historias de los mismos héroes que podían inspirar a cualquier espartano o ateniense, tratando de alcanzar la gloria de Aquiles o Heracles a través de sus acciones. En definitiva, podemos asegurar que en Alejandro encontramos la “composición” perfecta entre lo macedonio y lo griego, que, a pesar de ser realidades diferentes, también estaban estrechamente vinculadas. Al fin y al cabo, no olvidemos que la civilización griega no se limitaba a las ciudades-estado de la Hélade, sino también a lugares como el reino macedonio que nos atañe, las colonias de la Magna Grecia o las ciudades de Asia y el Mar Negro.


En definitiva, la educación que recibió Alejandro le llevó a convertirse en el gran político que fue en vida. Si bien con el tiempo, su faceta pública acabó por obligarle a adoptar medidas que andaban lejos de las ideas que Aristóteles trató de inculcarle, podemos asegurar que la influencia de sus enseñanzas dejó su impronta hasta el día de su muerte. El panhelenismo con el que legitimó sus conquistas, su hacer político con amigos y enemigos, su curiosidad por lo desconocido e incluso la forma en que saboreó la vida evocaban, en mayor o en menor medida, las lecciones que percibió como príncipe antes de someter el mundo a sus pies.

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