lunes, 13 de abril de 2015

Los indios de las llanuras y la llegada del caballo

Las Grandes Llanuras forman el corazón de Norteamérica. Es una tierra de sol, viento y pastos que abarca más de 3.200 kilómetros de norte a sur y comprende una extensión total de cerca de 2.000.000 de kilómetros cuadrados. Estas tierras son el hogar de numerosas tribus, algunas muy famosas gracias a Hollywood, como los Pawne, Pies Negros, Atsina, Assiniboin, Osage, Poncas, Omaha, Crow, Sioux, Hidatsa, Cheyenne, Comanche, Kiowa o Arapahoe, por citar algún ejemplo.

En el Este, el clima da lugar a grandes terrenos de pasto con hierba alta y abundante, mientras que en el Oeste la hierba es más baja y fuente de alimento para muchos animales del territorio. Una inmensa región de adversas condiciones climatológicas, ya que está abierta al viento con lo que, en invierno, las masas de aire gélido procedentes del norte provocan acusados descensos en la temperatura; un clima impredecible con largos periodos de sequía y constantes amenazas de tornados.

Jinetes-cazadores a lomos de caballos abatiendo bisontes con arco y flecha

Entre la fauna más característica destacan dos especies de mamíferos: el antílope y el bisonte. Las tribus de las grandes praderas valoraban enormemente al antílope, dado que su carne era nutritiva y les proporcionaba útiles como su cornamenta para las ceremonias y piel para vestirse. Sin embargo, el animal que dominaba las llanuras era el bisonte, que atravesaba el mar de hierba en inmensas manadas y del que su número se calcula ascendía a 60 millones de ejemplares antes de la llegada de los europeos.

Los cazadores de las llanuras

En nuestra mentalidad colectiva prevalece la imagen de los jinetes-cazadores de bisontes como el modelo cultural principal de las Grandes Llanuras, especialmente por la representación que hemos heredado de ellos a través del Western, que como hemos insinuado anteriormente, fue todo un referente en la industria cinematográfica estadounidense. Sin embargo, no podemos olvidar que éste modelo no pudo darse hasta el siglo XVII, tras la introducción del caballo y su asimilación paulatina por parte de las poblaciones amerindias. Al vivir en un medio natural tan característico, las culturas de las Grandes Llanuras se caracterizaron por poseer una alta permeabilidad y una gran capacidad de adaptación, y no tardaron demasiado en asimilar la llegada de estos animales.

A diferencia de otros elementos traídos por el hombre blanco, la entrada del caballo sí supuso una reestructuración total del diseño de estas culturas, que afectó por completo a sus raíces económicas, sociales y religiosas. Con la entrada en escena de estos animales se rediseñarán todas las facetas de la vida, y con una sorprendente velocidad, el resultado dará lugar a un nuevo modelo cultural completamente distinto al anterior.

Antes del siglo XVII, el área de las Grandes Llanuras daba cobijo a dos modelos económicos distintos: por un lado la agricultura sedentaria, con el cultivo de maíz principalmente, y, por otro, la caza-recolección. El principal elemento de socialización dependía de los contactos comerciales, enmarcados generalmente en un plano de relaciones pacíficas. La guerra, aunque no les era ajena, se llevaba a cabo como pequeños asaltos basados más en la búsqueda de prestigio por parte de los guerreros que para la obtención de bienes.
Además de cierta dependencia agraria y de la recolección complementaria, estos pueblos requerían también de la caza. Las batidas se llevaban a cabo provocando la estampida de la manada hacia un desfiladero que desembocaba en un precipicio, desde donde se precipitaban al vacío las asustadas bestias. A menudo el número de piezas era tan grande que no se podía utilizar toda su carne, y aunque se secaba toda la que se podía cargar, se desperdiciaba bastante de ésta.

Como ya hemos advertido, la introducción del caballo desde el territorio hispano cambiará el panorama cultural de un modo trascendental. Incluso las comunidades agrícolas más sedentarias, ubicadas sobre todo en la parte oriental, abandonaron sus territorios permanentes para convertirse en nómadas. El caballo confirió mayor movilidad, facilidad en la obtención de presas y capacidad de transporte, tanto de alimentos como de bienes comerciales. Todo ello provocó que en las Grandes Llanuras confluyeran tanto agricultores como cazadores-recolectores en un mismo modelo económico: el de jinete-cazador.

A este nuevo panorama debemos sumar la aparición de no pocos pueblos periféricos que se adentraron en el enorme mar de hierba en busca de un mejor medio de subsistencia, una decisión que estuvo enormemente condicionada por la presión violenta que los europeos ejercían en las áreas donde iban asentándose. Esta migración forzosa degeneró en importantes choques culturales entre poblaciones amerindias que hasta entonces habían estado separadas por enormes distancias.


Fotografía de indios crow a caballo

Distintas formas de ver la vida

El cambio de sedentarismo a nomadismo es una evolución realmente inusual en la historia. Ambos procesos llevan implícitos percepciones mentales muy diferentes de las que una cultura difícilmente puede desprenderse, y menos en un espacio de tiempo tan breve. Los sentimientos de propiedad o seguridad son completamente distintos para aquél que trabaja la tierra y el que depende de la caza. La propiedad de la tierra acarrea una mentalidad basada en la vinculación y el control del medio, otorga confianza respecto a la supervivencia. La agricultura permite planear el futuro puesto que la conservación alimentaria se da por segura. Para el hombre sedentario y dependiente de la agricultura, el hecho de estar tan vinculado al terreno le genera un fuerte sentido de la propiedad.

La vida nómada, por el contrario, supone una mayor libertad de acción y menor apego por el territorio. La falta de una fuente estable de alimentos implica que la supervivencia sea una necesidad más inmediata y pasa a depender en mayor grado tanto de la caza como de la recolección. Esto provoca un aumento de la violencia, pues las prácticas de caza incrementan la hostilidad de sus guerreros y sus tradiciones. Ya no es cuestión de defender las pertenencias sino de conseguir arrebatárselas al medio o a otros competidores.
Aunque los primeros encuentros del hombre blanco con los indios de las grandes praderas fueron relativamente amistosos, la depredación del bisonte y la afluencia de emigrantes hacia la zona originó el deterioro de la relación entre ambas culturas. El lucrativo negocio de las pieles significó una amenaza de muerte para las tribus de las praderas, ya que creció enormemente su demanda, y llevó a la zona gran número de cazadores dispuestos a hacer fortuna.


A la práctica extinción del bisonte se sumó el movimiento migratorio hacia la costa del océano Pacífico. La afluencia masiva de emigrantes destruyó la caza y llevó enfermedades a las tribus que allí vivían. Las diferentes tribus debían desplazarse constantemente a medida que eran desposeídas a la fuerza sus tierras. La aparición de tal inestabilidad también supuso el aumento de los estallidos violentos entre los distintos pueblos amerindios, y no sólo contra los “rostros pálidos”. Como hemos mencionado anteriormente, la entrada de tribus foráneas alteró las fronteras de los territorios tradicionales, y las armas de fuego facilitadas por el hombre blanco provocaron un cambio dramático en la escala de violencia. Así, como consecuencia, podemos concluir que la llegada de los europeos supuso una serie de notables cambios en la vida de los indígenas de las Grandes Llanuras, destacando especialmente la introducción del caballo, hecho que fue el detonante de todos los cambios que hemos descrito.

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