En nuestra anterior publicación
sobre Alejandro remarcamos el impacto que tuvo su reinado y cómo a su muerte la
civilización griega alcanzó unas cotas de grandeza y extensión nunca antes
vistas, ligando culturalmente lugares tan lejanos y dispares como pudieron ser
Egipto y las fronteras orientales del desaparecido Imperio aqueménida. Así
mismo, subrayamos la capacidad que tuvo el rey, también propia de sus herederos
políticos, a la hora de asimilar las nuevas culturas y gentes que configuraban
aquel inmenso y heterogéneo dominio. Una labor, que sin duda fue fundamental
para conseguir establecer las élites greco-macedonias que dominarán estas
regiones hasta la llegada de las legiones romanas. Sin duda alguna, Alejandro
III fue un individuo único y, como bien hemos señalado, su legado trasformó el
mundo; pero hubo un día en el que aquel hombre no era más que un muchacho, el
príncipe de un reino balcánico fronterizo con tribus bárbaras, y que estaba
lejos de poder compararse con el esplendor cultural y político de las viejas
polis como eran Tebas o Atenas.
Filipo II, el padre de Alejandro,
consiguió que Macedonia obtuviera un papel más que determinante en el mundo griego, obteniendo la
hegemonía política de su reino sobre todos sus vecinos. Si bien en un futuro
esperamos analizar con más detalle el reinado de Filipo, esto nos lleva a la raison d´être de este escrito: la
educación que decidió dar a su hijo Alejandro, puesto que los valores y
conocimientos que recibió el joven príncipe fueron determinantes en sus futuras
acciones como rey. Y al hablar de este proyecto educativo nos encontramos con
otro de los grandes personajes de la Antigüedad, el más importante de los
preceptores de Alejandro y quién más influyó en su vida, el filósofo
Aristóteles.
Aristóteles fue uno de los muchos
intelectuales que aceptaron la invitación de Filipo a establecerse en la corte
y ciudades macedonias. Tanto él como sus discípulos se asentaron en la
localidad de Mieza, desarrollando su labor educativa desde el Ninfeo o Templo
de las Ninfas, convirtiendo este emplazamiento en un lugar dedicado al estudio
y la reflexión.
Allí, el joven príncipe convertido
en discípulo, fue instruido en los fundamentos de la ética y la política.
Además, bajo los ideales de la paideia
(trasmisión de valores y saberes entendidos como necesarios para la educación
de los ciudadanos), aprendió sobre la importancia de la gimnasia, la gramática,
la retórica, la poesía o las matemáticas. Si bien no podemos saber el grado de
influencia exacta que ejerció Aristóteles en el hacer político de Alejandro,
sin duda sí hizo que se interesase por la filosofía, la geografía, la zoología
o la botánica. Así nos lo atestiguan las cartas (aunque muchas se han
demostrado como falsas) que se enviaron desde que se separaron, donde Alejandro
acercaba a su maestro los grandes descubrimientos y maravillas del mundo que se
abría ante sus conquistas. Durante los primeros años, la admiración que sentía
Alejandro por su maestro era enorme, y siempre se mostró dispuesto a seguir la
línea del idealismo humanitario en el que había sido instruido por él;
lamentablemente, con el tiempo, la personalidad del rey fue oscureciéndose. Las
largas campañas llenas de calamidades, las conjuras políticas y los intentos de
asesinato acabaron por arrastrarle a un pragmatismo político que andaba, en
gran medida, lejos de los principios en los que había sido educado.
Alejandro fue educado como
macedonio que era, pero también recibió los valores e ideales propios de la
educación de las ciudades-estado griegas. Si bien su lengua madre fue el
macedonio antiguo, Alejandro aprendió griego y desde bien joven utilizó este
idioma para leer a Homero, Esquilo, Sófocles o a Jenofonte, por citar algunos.
Tuvo como referente las historias de los mismos héroes que podían inspirar a
cualquier espartano o ateniense, tratando de alcanzar la gloria de Aquiles o
Heracles a través de sus acciones. En definitiva, podemos asegurar que en
Alejandro encontramos la “composición” perfecta entre lo macedonio y lo griego,
que, a pesar de ser realidades diferentes, también estaban estrechamente
vinculadas. Al fin y al cabo, no olvidemos que la civilización griega no se
limitaba a las ciudades-estado de la Hélade, sino también a lugares como el
reino macedonio que nos atañe, las colonias de la Magna Grecia o las ciudades
de Asia y el Mar Negro.
En definitiva, la educación que
recibió Alejandro le llevó a convertirse en el gran político que fue en vida.
Si bien con el tiempo, su faceta pública acabó por obligarle a adoptar medidas
que andaban lejos de las ideas que Aristóteles trató de inculcarle, podemos
asegurar que la influencia de sus enseñanzas dejó su impronta hasta el día de
su muerte. El panhelenismo con el que legitimó sus conquistas, su hacer
político con amigos y enemigos, su curiosidad por lo desconocido e incluso la
forma en que saboreó la vida evocaban, en mayor o en menor medida, las
lecciones que percibió como príncipe antes de someter el mundo a sus pies.
Esperamos pronto más datos sobre Alejandro.
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