Los
munera gladiatoria (combates de
gladiadores) surgen dentro de una estructura de pensamiento mítico, en el
ámbito funerario de la antigua Roma, formando parte de un ritual de carácter
sagrado. Munus, singular de murera, puede traducirse como deber u
obligación. Cuando un miembro de una familia patricia fallecía, los familiares
estaban obligados o tenían el deber de ofrecer combates con espada a muerte
durante el óbito. Era una cuestión fundamental que existiese derramamiento de
sangre en el combate para que el alma del difunto se viese propiciada en su
viaje a la otra vida. De esta forma, podemos entender el munus como una forma de sacrificio humano, ritual acorde con el
horizonte de pensamiento romano, donde la violencia y la muerte tenían fuerte
raigambre (ver entrada: ¿qué son los munera
gladiatoria?).
Frescos de una tumba de Paestum (circa s. V a. C.), que representan un munus. |
El
origen de esta práctica ritual es la adaptación de una costumbre del pueblo
campano, procedente de la Campania en la Península Itálica, zona de clara
irradiación cultural etrusca. Los campanos tenían la costumbre de celebrar
copiosas cenas y banquetes que eran amenizados con combates a muerte. Los
romanos se apropiaron de esta práctica, probablemente etrusca en origen,
durante las guerras contra los samnitas, donde los campanos fueron fieles
aliados de Roma. Cuenta Livio que los samnitas fueron grandes guerreros que no
se sometían fácilmente (protagonizaron tres arduos conflictos con Roma y no
fueron sometidos totalmente hasta que Sila masacró lo que quedaba de este
pueblo en el contexto de la Guerra Social) lo que provocó el odio de los
campanos que cuando los capturaban les obligaban a tomar parte en los combates
de gladiadores celebrados en sus banquetes. Este hecho, dio como resultado que
en los primeros tiempos de los combates, samnita fuera sinónimo de gladiador, y
la primera tipología de combatiente en los munera.
Los romanos ritualizaron la práctica de origen etrusco y la incluyeron en sus ritos funerarios pero la causa del éxito de los munera, y su evolución, hay que buscarla en el significado material de esta costumbre. Hemos visto que el difunto necesitaba sacrificios para su viaje y para sancionar su estatus social pero ¿existe un objetivo “más acá” de lo espiritual? La familia del difunto tenía razones terrenales para la celebración de un funeral-espectáculo. Con la organización del munus, se mostraba la capacidad económica y organizativa al resto de la sociedad romana (ritual conspicuo), postulándose el organizador como un gobernante capaz para ocupar una magistratura. Es la instrumentalización política de los munera lo que va a provocar su complejización y su desacralización.
Un
ejemplo perfecto de esta instrumentalización fue el funeral de Brutus Pera (264 a. C.), el primero de
muchos en un contexto de profunda crisis de Roma, la Primera Guerra Púnica,
donde los organizadores se preocuparon por hacer ver al pueblo de Roma que eran
ciudadanos capaces, con habilidades administrativas y dotes de gobierno, lo que
la República necesitaba en tiempo de decadencia, hombres a la altura de las
circunstancias. A partir de este momento, aunque sigan celebrándose en un
contexto funerario, los munera van a
ser mucho más que un óbito. Se transforman en un espacio pedagógico con fuerte
carga política, y de forma paulatina van a ir adquiriendo un carácter
“nacional”, propiamente romano, por condensar la práctica de todos los valores
transmisibles a las nuevas generaciones. El uso político-social de los munera provocó su multiplicación, pese a
no tener un carácter oficial ni regulación senatorial, comenzaron a masificarse
debido a que los funerales empezaron a ser abiertos a todo aquel que quisiera
presentar los respetos al difunto y de paso disfrutar de buenos combates a
muerte. Directamente proporcional a la masificación fue su complejización
organizativa: construcciones efímeras (gradas), aparición de figuras dedicadas
a la trata de gladiadores (lanista), actos paralelos al funeral, la ampliación
del tiempo entre la muerte y la celebración del funeral, y una mayor duración
de los munera, con varias parejas de
gladiadores. Toda esta parafernalia performativa consiguió ir expulsando al munus del ámbito funerario,
desacralizándolo.
Representación de varios gladiadores y un arbitro de combate. Fragmento del mosaico de Zliten, cerca de Leptis Magna (s. II d. C.), |
Otro
ejemplo de instrumentalización de los munera
se da en pleno contexto de conquista quirúrgica, el gran proyecto de dominación
de la República romana. Al igual que se hacía en el mismo corazón de la
República, y con similares intenciones, Roma usó la celebración de munera en tierras extranjeras, como
elemento de romanización y dominación cultural de los pueblos conquistados. Los
munera no eran simples combates entre
gladiadores, eran la exaltación de Roma y una clara muestra de su superioridad
y capacidad de buen gobierno. Claro ejemplo fue la celebración, por todo lo
alto, de unos munera por parte de
Escipión el Africano, para conmemorar la memoria de su tío, en el 206 a. C.
(muerto cinco años antes). Los celebró en Hispania, tras haber asegurado la
Península derrotando a la temible Cartago. Con claras intenciones políticas, Escipión,
quiso mostrar a los pueblos de la Península que Roma era la única capaz de
gobernarlos, mejor que sus antiguos señores humillados por la Republica. La
materialización de la hegemonía cultural de Roma era manifiesta y se sancionaba
a través de los munera, que fueron
asumidos y practicados por los gobernantes de pueblos sometidos no romanos, con
los mismos fines (Antíoco IV, Rey de Siria, 175-164 a. C.).
Por
todo lo explicado anteriormente, los munera
comienzan, muy despacio, a transformarse en un espectáculo público. Las
autoridades romanas se hicieron eco de la eficacia política de un ritual al que
poco le quedaba de sagrado.
A
finales de la Republica, dos senadores, en el año 106 a. C. van a ofrecer un munus fuera del contexto religioso,
simplemente por el gusto de darlo pero, su verdadero objetivo es el de fomentar
el espíritu guerrero del pueblo romano, el coraje, la virilidad y el gusto por
el entrenamiento militar, contrarrestando las frívolas costumbres griegas. A
partir de este momento, los munera se
convierten en espectáculos de carácter público, surgiendo la necesidad de ser
regulados por las autoridades civiles romanas. La primera legislación se
sanciona en 105 a. C. con las leges
gladiatoriae que nombran a los magistrados encargados de su regulación y
funcionamiento en Roma y sus provincias, prohibiendo terminantemente la
celebración de munera sin
consentimiento de las autoridades civiles de la República. Por fin el Estado
romano se hacía eco de la importancia y los beneficios políticos y económicos
que se derivaban de su control (se crearon impuestos específicos que gravaban
la actividad).
Ave Cesar, Morituri te Salutant, obra de Jean-Léon Gêrome (1859) |
En
el siglo I a. C. los combates de gladiadores estaban institucionalizados y se habían
transformado en un rico espacio político para tener acceso a las magistraturas
senatoriales, eran un espectáculo clásico durante las campañas electorales. El
mensaje era muy sencillo: el que es capaz de organizar los mejores munera (y los más fastuosos) era capaz
de gobernar. La plebe de Roma adoraba los munera
y esto los convirtió en requisito fundamental. Los candidatos para distinguirse
comenzaron a realizar espectáculos anexos, diversificando las exhibiciones con
nuevos gladiadores traídos de lejanos territorios y la inclusión de animales
exóticos, domesticados o no. El mejor ejemplo de este intento de innovar lo
proporcionó Cayo Julio César que introdujo una exhibición temática de armas y
armaduras de los gladiadores, gastando grandes sumas de dinero. Este gasto era
más bien una inversión a corto plazo con claro rédito político, además, de
forma muy inteligente César generalizó la missio
(perdón) para sus gladiadores más costosos. La costumbre del perdón terminó con
la obligación de que los combates acabaran en muerte (como ocurría en el ámbito
funerario) lo que ocasionó un gran ahorro y la formación de mejores
gladiadores, que comenzaron a ser tenidos en cuenta. Antes infames y socialmente mal vistos, van a empezar a tener un claro
reconocimiento, a ser aclamados por la plebe, y en época imperial se convertirán
en grandes e idolatradas estrellas del deporte (recodemos que incluso las
nobles patricias pagaban grandes sumas para fornicar con famosos gladiadores, y
la figura se hizo tan notable que en ocasiones hasta el mismísimo Emperador
bajó a la arena).
Los munera se hicieron tan fastuosos y costosos que, como nos relata Cicerón, intentaron regularse sus excesos, sin mucho éxito. Aunque más bien fue un intento de los miembros instalados en el Senado para frenar a sus opositores, limitando ciertos aspectos de los munera. Un ejemplo se da en el convulso final de la República donde los senadores intentaron poner límites al número de gladiadores que un edil podía tener en propiedad. Esto se debe a que algunos candidatos tenían verdaderas guardias de gladiadores perfectamente adiestrados que en caso de rebelión o intentos golpistas podían representar serios problemas para la guarnición que defendía Roma (este miedo queda reflejado en la revuelta de Espartaco (73-71 a. C. y la conspiración de Catilina 63 a. C.).
La
trasformación y regulación definitiva de los munera se da en época imperial, de la mano de César Augusto, primer
emperador de Roma. La Reforma Augusta
conllevó la centralización de los munera
en el Estado, que se encargaba de su organización con coste cero para el
Emperador que los incluyó en los Ludi
Imperiales (se tratarán en una futura entrada, como la Reforma Augusta) y promovió la construcción de anfiteatros fijos
por toda Roma, algo antes prohibido, y más importante, dictó una serie de
normas para que ningún aspecto del espectáculo escapase a su férreo control,
estableciendo un calendario oficial para su celebración. Mejoró el reglamento
de la gladiatura con prescripciones sancionadas y registradas por escrito. Esta
estandarización de reglas, equipo, etc., institucionalizó los munera gladiatoria como deporte
imperial, asentando un modelo formal que se perpetuará en la cultura romana,
siendo emulado por los sucesivos emperadores con idénticas características,
calidades y formato. El ejemplo más perfecto de la institucionalización de los munera lo pueden contemplar hoy nuestros
ojos en el centro de Roma: el majestuoso Anfiteatro Flavio (Coliseo), construido por Vespasiano en el 70-72 d.C.
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