El 21 de julio de 1798,
camino de la ciudad de El Cairo, Napoleón Bonaparte pronunció su famosa arenga:
“Soldados, desde lo alto de estas
pirámides cuarenta siglos os contemplan”. Sin duda, la visión de aquellas
monumentales construcciones debió dejar fascinados a la mayoría de los allí
presentes. Las penurias sufridas por el sofocante calor y la arena del desierto
parecían pesar menos a la sombra de aquellos gigantes de piedra. El país del Nilo se descubría ante los ojos de
los europeos gracias al sudor de las tropas francesas con el más grande de sus generales
al frente. Fue en la batalla de las Pirámides, enfrentándose a los mamelucos
egipcios, donde Napoleón consiguió su más sonada victoria en aquella campaña. Derrotados
sus enemigos, Francia convirtió Egipto en un protectorado. Ahora sus gentes,
riquezas y plazas les pertenecían al país galo, frenando las ambiciones
británicas en Oriente. Pero detrás de aquellas motivaciones imperialistas
también se ocultaba otro objetivo más noble: abrir el país al mundo y revelar
los tesoros que ocultaba bajo sus arenas. Desde un principio, Napoleón quiso
llevar consigo los logros de la civilización occidental y junto a sus soldados
viajaron especialistas de todo tipo: ingenieros, historiadores, matemáticos,
filólogos, botánicos, dibujantes, músicos, geólogos, químicos, zoólogos,
geógrafos y médicos. Aquélla no sería sólo una expedición militar sino también
una expedición científica.
Napoleón y su plana de generales en Egipto. Por el pintor academicista Jean-Léon Gérôme. |
Un
plan ambicioso
Hace varios días, en
una de nuestras anteriores publicaciones, concretamente cuando hablamos de los
caballeros de Malta, mencionábamos que Napoleón fue enviado a Egipto con el
objetivo de arrebatarle aquel país a los turcos otomanos. Los franceses
llevaban un tiempo planteándose aquella campaña como medio para entorpecer la
hegemonía británica en Oriente. Gran Bretaña controlaba India, y el Directorio
(forma de gobierno adoptada por la Primera República Francesa) necesitaba
igualar las tornas en el plano geoestratégico. Convencidos por la retórica de Napoleón
y por los logros que había conseguido en la reciente campaña de Italia,
decidieron dar el visto bueno a aquel proyecto.
La expedición se
organizó en el más absoluto secreto. Incluso los sabios que formaban parte
parte de la misma no supieron cuál era su destino hasta casi el momento en el
que alcanzaron las costas egipcias. En mayo de 1798, la armada de Oriente levó
anclas desde el puerto de Toulon. Napoleón escogió viajar a bordo de L’Orient, cuyo nombre sin duda era todo
un símbolo de aquel viaje.
La llegada a Egipto fue
un rotundo éxito. Alejandría se rindió ante Napoleón, y éste decidió poner en
práctica las ideas de la Revolución. Al poco de establecerse pronunció un
sonado discurso (que llegó a ser incluso impreso en lengua árabe) en el que
presentaba a Francia como una libertadora. Gracias a él, los egipcios podrían
quitarse de encima el yugo impuesto por los otomanos. El respeto que mostró
ante las instituciones locales y a la confesión islámica del pueblo egipcio dio
como resultado grandes dosis de colaboración por parte de las autoridades
autóctonas.
La toma de El Cairo
tras la victoria en la batalla de las Pirámides permitió a los franceses
asentar las bases de su poder, y pronto comenzaron a ver la luz las nuevas
reformas. Por fin el papel de aquellos sabios empezaba a cobrar sentido. Con su
trabajo podrían reorganizar y modernizar el país. Como base para esta misión se
creó el Instituto de Egipto, un lugar concebido desde su nacimiento como sede
de las ciencias y artes francesas en aquel país. Contaba con bibliotecas,
laboratorios e incluso un observatorio y un jardín botánico.
Sin embargo, la
aventura francesa en la tierra de los faraones no duraría demasiado. Los
combates fueron extremadamente duros para los soldados. El sofocante calor, la
sed y la propagación de enfermedades hicieron estragos entre la tropa. Pese a
los intentos de sofocar la resistencia, muchos eran los focos donde se
sufrieron sublevaciones populares, a lo que habría de sumarse el hostigamiento
continuo de las partidas de guerra mamelucas. Quizá el broche final lo puso el
infructuoso intento de invasión de Siria. Los otomanos habían declarado la
guerra a Napoleón coaligados con los británicos. Demasiados frentes abiertos en
un lugar tan distante.
En agosto de 1799
Napoleón decide abandonar Egipto poniendo rumbo a París. La Francia Revolucionaria
estaba agitada por lo que necesitaba estar cerca de los centros de poder. Quedó
al mando en Egipto el general Kléber, quien con su buen hacer logró controlar
la situación durante algún tiempo. Su asesinato, sin embargo, terminó por
desestabilizar totalmente la situación. Egipto finalmente cayó en manos
británicas.
Curiosamente, la labor
de los científicos franceses fue respetada. Los miembros del Instituto de
Egipto negociaron duramente con los británicos, consiguiendo llevarse a Francia
la mayor parte de sus investigaciones con ellos. Únicamente las grandes piezas
fueron confiscadas. El último sabio abandonó Egipto en octubre de 1801.
Grabado de la Description de l'Égypte |
La
labor de los sabios en el país del Nilo
Un total de 167
especialistas aceptaron la oferta de poner rumbo a lo desconocido. No era la
primera vez que científicos acompañaban a las tropas, pero nunca tantos a la
vez. Como presentábamos al comienzo, el número de disciplinas escogidas era
amplísimo, y denotaba la envergadura de aquel proyecto. Estos hombres fueron elegidos
de entre los mejores de su profesión por una Comisión de las Ciencias y de las Artes
creada ad hoc. La misión así lo
requería. No en vano, el propio Napoleón tenía una amplia formación académica y
estaba especialmente versado en los estudios de Egipto y Oriente.
Egipto fue examinado de
todas las maneras posibles. Se catalogaron la flora y fauna del país, al tiempo
que se analizaba su clima y se cartografiaban sus paisajes y ciudades. Se
estudió la cultura, la historia y la vida cotidiana de los egipcios, tanto
pasada como presente. Se construyeron todo tipo de infraestructuras como
hospitales, molinos y colegios e incluso se mejoraron los obsoletos sistemas
judiciales y de educación. Egipto cambiaba a pasos de gigante.
El trabajo más notable
de estos sabios fue sin duda el “redescubrimiento” que hicieron del Antiguo
Egipto, sentando con ello los cimientos de la egiptología. El pasado de los
faraones había quedado relegado al olvido ante la pasividad de los propios
egipcios quienes nunca habían hecho por estudiarlo. Fueron los estudiosos
franceses quienes organizaron comisiones que viajaron por todo el país
localizando los majestuosos centros religiosos como Luxor o Karnak y establecieron
grandes iconos de la arqueología como las esfinges y los obeliscos. Sus
escritos, libros de viajes y grabados nos muestran cómo estudiaron los cánones
de belleza y la geometría de las construcciones, transcribieron cientos de
jeroglíficos al papel e hicieron acopio de todo tipo de piezas que
posteriormente catalogaron y almacenaron adecuadamente.
Será en 1799 cuando se
produzca el hallazgo más importante y célebre de toda la expedición: la piedra
Rosetta. Un fragmento de estela que sirvió de llave para comprender el
significado de los jeroglíficos. El texto que en ella se recoge está escrito no
sólo con jeroglíficos, sino también en lengua demótica y griego antiguo que,
desde su comprensión sí permitieron trabajar con aquellos extravagantes dibujos
que a todos tenían asombrados. Fue descubierta por casualidad cerca de
Alejandría en mitad de unas obras y rápidamente fue trasladada a El Cairo,
donde se había improvisado un museo arqueológico dentro del Instituto de
Egipto.
Como ya hemos
adelantado, después de tres años de trabajo, los sabios volvieron a Francia. En
1802 se creó una comisión para recopilar todas sus investigaciones, siendo
publicadas finalmente en una obra de grandísima envergadura: la Description de l’Égypte. Esta auténtica
enciclopedia repleta de información y dibujos permitió difundir el conocimiento
sobre Egipto al resto del mundo académico. Es el primer tratado auténtico de
egiptología e, incluso afamados egiptólogos como Champollion (el egiptólogo que
consiguió dar significado a los jeroglíficos mediante la piedra Rosetta), se
sirvieron de él gracias a la cantidad de información e ilustraciones que
contiene. Incluso hoy sigue teniendo un valor incalculable, puesto que mucho de
lo que recoge ya no existe físicamente.
La marcha de las tropas
francesas de Egipto no supuso la ruptura definitiva entre ambos países. Francia
acabará apoyando al nuevo gobierno que tomará definitivamente el mando,
permitiendo a los estudiosos franceses seguir gestionando el formidable
patrimonio arqueológico egipcio. Esta unión se sellará con la entrega de uno de
los obeliscos más formidables de todos: el monolito oriental de la pareja que
el faraón Ramsés II levantó en el templo de Luxor. Su silueta en la plaza de la
Concordia sigue dejándose ver en la hermosa ciudad de Paris como símbolo mudo
del redescubrimiento de Egipto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario