miércoles, 6 de mayo de 2015

Napoleón y el nacimiento de la egiptología

El 21 de julio de 1798, camino de la ciudad de El Cairo, Napoleón Bonaparte pronunció su famosa arenga: “Soldados, desde lo alto de estas pirámides cuarenta siglos os contemplan”. Sin duda, la visión de aquellas monumentales construcciones debió dejar fascinados a la mayoría de los allí presentes. Las penurias sufridas por el sofocante calor y la arena del desierto parecían pesar menos a la sombra de aquellos gigantes de piedra.  El país del Nilo se descubría ante los ojos de los europeos gracias al sudor de las tropas  francesas con el más grande de sus generales al frente. Fue en la batalla de las Pirámides, enfrentándose a los mamelucos egipcios, donde Napoleón consiguió su más sonada victoria en aquella campaña. Derrotados sus enemigos, Francia convirtió Egipto en un protectorado. Ahora sus gentes, riquezas y plazas les pertenecían al país galo, frenando las ambiciones británicas en Oriente. Pero detrás de aquellas motivaciones imperialistas también se ocultaba otro objetivo más noble: abrir el país al mundo y revelar los tesoros que ocultaba bajo sus arenas. Desde un principio, Napoleón quiso llevar consigo los logros de la civilización occidental y junto a sus soldados viajaron especialistas de todo tipo: ingenieros, historiadores, matemáticos, filólogos, botánicos, dibujantes, músicos, geólogos, químicos, zoólogos, geógrafos y médicos. Aquélla no sería sólo una expedición militar sino también una expedición científica.


Napoleón y su plana de generales en Egipto. Por el pintor academicista Jean-Léon Gérôme.


Un plan ambicioso

Hace varios días, en una de nuestras anteriores publicaciones, concretamente cuando hablamos de los caballeros de Malta, mencionábamos que Napoleón fue enviado a Egipto con el objetivo de arrebatarle aquel país a los turcos otomanos. Los franceses llevaban un tiempo planteándose aquella campaña como medio para entorpecer la hegemonía británica en Oriente. Gran Bretaña controlaba India, y el Directorio (forma de gobierno adoptada por la Primera República Francesa) necesitaba igualar las tornas en el plano geoestratégico. Convencidos por la retórica de Napoleón y por los logros que había conseguido en la reciente campaña de Italia, decidieron dar el visto bueno a aquel proyecto.

La expedición se organizó en el más absoluto secreto. Incluso los sabios que formaban parte parte de la misma no supieron cuál era su destino hasta casi el momento en el que alcanzaron las costas egipcias. En mayo de 1798, la armada de Oriente levó anclas desde el puerto de Toulon. Napoleón escogió viajar a bordo de L’Orient, cuyo nombre sin duda era todo un símbolo de aquel viaje.

La llegada a Egipto fue un rotundo éxito. Alejandría se rindió ante Napoleón, y éste decidió poner en práctica las ideas de la Revolución. Al poco de establecerse pronunció un sonado discurso (que llegó a ser incluso impreso en lengua árabe) en el que presentaba a Francia como una libertadora. Gracias a él, los egipcios podrían quitarse de encima el yugo impuesto por los otomanos. El respeto que mostró ante las instituciones locales y a la confesión islámica del pueblo egipcio dio como resultado grandes dosis de colaboración por parte de las autoridades autóctonas.

La toma de El Cairo tras la victoria en la batalla de las Pirámides permitió a los franceses asentar las bases de su poder, y pronto comenzaron a ver la luz las nuevas reformas. Por fin el papel de aquellos sabios empezaba a cobrar sentido. Con su trabajo podrían reorganizar y modernizar el país. Como base para esta misión se creó el Instituto de Egipto, un lugar concebido desde su nacimiento como sede de las ciencias y artes francesas en aquel país. Contaba con bibliotecas, laboratorios e incluso un observatorio y un jardín botánico.

Sin embargo, la aventura francesa en la tierra de los faraones no duraría demasiado. Los combates fueron extremadamente duros para los soldados. El sofocante calor, la sed y la propagación de enfermedades hicieron estragos entre la tropa. Pese a los intentos de sofocar la resistencia, muchos eran los focos donde se sufrieron sublevaciones populares, a lo que habría de sumarse el hostigamiento continuo de las partidas de guerra mamelucas. Quizá el broche final lo puso el infructuoso intento de invasión de Siria. Los otomanos habían declarado la guerra a Napoleón coaligados con los británicos. Demasiados frentes abiertos en un lugar tan distante.

En agosto de 1799 Napoleón decide abandonar Egipto poniendo rumbo a París. La Francia Revolucionaria estaba agitada por lo que necesitaba estar cerca de los centros de poder. Quedó al mando en Egipto el general Kléber, quien con su buen hacer logró controlar la situación durante algún tiempo. Su asesinato, sin embargo, terminó por desestabilizar totalmente la situación. Egipto finalmente cayó en manos británicas.

Curiosamente, la labor de los científicos franceses fue respetada. Los miembros del Instituto de Egipto negociaron duramente con los británicos, consiguiendo llevarse a Francia la mayor parte de sus investigaciones con ellos. Únicamente las grandes piezas fueron confiscadas. El último sabio abandonó Egipto en octubre de 1801.

Grabado de la Description de l'Égypte


La labor de los sabios en el país del Nilo

Un total de 167 especialistas aceptaron la oferta de poner rumbo a lo desconocido. No era la primera vez que científicos acompañaban a las tropas, pero nunca tantos a la vez. Como presentábamos al comienzo, el número de disciplinas escogidas era amplísimo, y denotaba la envergadura de aquel proyecto. Estos hombres fueron elegidos de entre los mejores de su profesión por una Comisión de las Ciencias y de las Artes creada ad hoc. La misión así lo requería. No en vano, el propio Napoleón tenía una amplia formación académica y estaba especialmente versado en los estudios de Egipto y Oriente.

Egipto fue examinado de todas las maneras posibles. Se catalogaron la flora y fauna del país, al tiempo que se analizaba su clima y se cartografiaban sus paisajes y ciudades. Se estudió la cultura, la historia y la vida cotidiana de los egipcios, tanto pasada como presente. Se construyeron todo tipo de infraestructuras como hospitales, molinos y colegios e incluso se mejoraron los obsoletos sistemas judiciales y de educación. Egipto cambiaba a pasos de gigante.

El trabajo más notable de estos sabios fue sin duda el “redescubrimiento” que hicieron del Antiguo Egipto, sentando con ello los cimientos de la egiptología. El pasado de los faraones había quedado relegado al olvido ante la pasividad de los propios egipcios quienes nunca habían hecho por estudiarlo. Fueron los estudiosos franceses quienes organizaron comisiones que viajaron por todo el país localizando los majestuosos centros religiosos como Luxor o Karnak y establecieron grandes iconos de la arqueología como las esfinges y los obeliscos. Sus escritos, libros de viajes y grabados nos muestran cómo estudiaron los cánones de belleza y la geometría de las construcciones, transcribieron cientos de jeroglíficos al papel e hicieron acopio de todo tipo de piezas que posteriormente catalogaron y almacenaron adecuadamente.

Será en 1799 cuando se produzca el hallazgo más importante y célebre de toda la expedición: la piedra Rosetta. Un fragmento de estela que sirvió de llave para comprender el significado de los jeroglíficos. El texto que en ella se recoge está escrito no sólo con jeroglíficos, sino también en lengua demótica y griego antiguo que, desde su comprensión sí permitieron trabajar con aquellos extravagantes dibujos que a todos tenían asombrados. Fue descubierta por casualidad cerca de Alejandría en mitad de unas obras y rápidamente fue trasladada a El Cairo, donde se había improvisado un museo arqueológico dentro del Instituto de Egipto.

Como ya hemos adelantado, después de tres años de trabajo, los sabios volvieron a Francia. En 1802 se creó una comisión para recopilar todas sus investigaciones, siendo publicadas finalmente en una obra de grandísima envergadura: la Description de l’Égypte. Esta auténtica enciclopedia repleta de información y dibujos permitió difundir el conocimiento sobre Egipto al resto del mundo académico. Es el primer tratado auténtico de egiptología e, incluso afamados egiptólogos como Champollion (el egiptólogo que consiguió dar significado a los jeroglíficos mediante la piedra Rosetta), se sirvieron de él gracias a la cantidad de información e ilustraciones que contiene. Incluso hoy sigue teniendo un valor incalculable, puesto que mucho de lo que recoge ya no existe físicamente.

La marcha de las tropas francesas de Egipto no supuso la ruptura definitiva entre ambos países. Francia acabará apoyando al nuevo gobierno que tomará definitivamente el mando, permitiendo a los estudiosos franceses seguir gestionando el formidable patrimonio arqueológico egipcio. Esta unión se sellará con la entrega de uno de los obeliscos más formidables de todos: el monolito oriental de la pareja que el faraón Ramsés II levantó en el templo de Luxor. Su silueta en la plaza de la Concordia sigue dejándose ver en la hermosa ciudad de Paris como símbolo mudo del redescubrimiento de Egipto.

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