Autor colaborador: Guillermo Gracía del Busto Miralles
Platón se lanza hacia lo
desconocido. Ante sí un pasillo, sumido en la oscuridad. A ciegas lo recorre,
sube unos escalones y alcanza una nueva puerta. Palpando, encuentra el
picaporte y la abre.
- ¡Ay! ¡Amaranta! ¿Qué me sucede?
No veo nada, pero es un no ver distinto al de ahí abajo, este es blanco y
duele.
- Es la luz, Platón. La primera
vez que nos enfrentamos a ella nos ciega, pero ten paciencia, poco a poco te
acostumbrarás. Deja que te guíe hasta la sombra de este árbol, te sentirás
mejor.
- Llévame… Da vértigo andar por
terreno desconocido sin ver nada, incluso siendo guiado por alguien de
confianza… ¡Mucho mejor! Aquí duele menos y empiezo a distinguir formas. Esto
que hay bajo mis pies, ¿es un árbol?
- Casi, Platón. Ciertamente te
parecerá un árbol, pues hasta ahora para ti la realidad no eran más que
sombras. Pero me temo que no lo es, tan solo es la sombra de un árbol. Cuando
te recuperes un poco más, prueba a mirar hacia allí.
Amaranta orienta a Platón hacia
un lago. Poco a poco, Platón comienza a ver y reconocer los reflejos del agua
y, finalmente, sus ojos se han acostumbrado lo suficiente como para atreverse a
mirar por encima del nivel del suelo.
- No tengo palabras, Amaranta,
para describir la belleza de lo que contemplo.
- Lo sé, Platón, yo tampoco las
tuve, ni las tengo ahora. Es extraño lo que nos ocurre cuando contemplamos lo
sublime, lo Bello. Es como si trascendiéramos el limitado campo de los “me
gusta” y nos sumergiéramos en un océano inexplorado. Quiero decir que al
contemplar este paisaje una no puede limitarse a decir que le agrada o que le
apasiona. Sea cual sea el grado de emoción que nos despierte, todas y cada una
de las personas que han subido hasta aquí han coincidido en algo: que sentirían
exactamente lo mismo si fuesen otra persona. Que sería de esperar que
cualquiera, independientemente de que sea alta o baja, hombre o mujer, rica o
pobre, negra o blanca… sentiría algo similar, si no equivalente.
- ¿Y eso qué significa, Amaranta?
¿Qué estamos ante un paisaje único?
- Ciertamente, pero ya veremos
por qué es único. Lo importante ahora, Platón, es comprender que ante la
contemplación de lo Bello nos sentimos sintiendo lo mismo que todos los demás.
La Belleza nos coloca a todos y a todas en un lugar común, un lugar que es de
todas las personas y de nadie a la vez. Nos hace sentirnos como hermanos y
hermanas.
- Hablas de fraternidad.
- En efecto.
- Y dime Amaranta, ahí abajo, en
la sala, pude comprobar que aquello que nos permitía ver las sombras que
agotaban nuestro mundo eran unos focos. Aquí no veo foco alguno, y sin embargo
hay sombras, ¿se debe a esa bola amarillenta que quema los ojos cuando se la
mira?
- Aciertas de nuevo, Platón. Eso
es el sol y es lo que hace de este paisaje algo único.
- ¿Se trata de un foco gigante?
- No, de ninguna manera. Esa
esfera que proyecta la luz necesaria para que veamos las cosas está compuesta
de algo muy distinto. Es, de hecho, la perfecta combinación entre Verdad y
Justicia, a la que llamaremos Bien.
- ¿”Verdad, Justicia, Bien”, con
mayúsculas? Me temo que vuelvo a perderme, Amaranta.
- Es fácil perderse, pero
encontrémonos, que este lugar puede pesar demasiado si se recorre en solitario.
¿Cómo es posible que tú veas, Platón? Ya sé que tienes ojos y funcionan. Sin
embargo, esas son condiciones imprescindibles, pero no suficientes.
- Cierto, porque durante la
noche, cuando no hay ninguna luz, uno no ve nada, como cuando apagaban la
pantalla de las sombras. Entonces todos los gatos son pardos. Luego, para ver,
resulta imprescindible la luz.
- Eso es, querido amigo. Sin
embargo, ¿los ojos y la luz son suficientes para, por ejemplo, intercambiar con
acierto dos ovejas por dos cabras?
- No, ya dijimos que el “saber”
que proporcionan los ojos es cualquier cosa menos fiable. Gracias a los ojos
podemos apartarnos de un camión que nos va a atropellar, pero estaremos
lejísimos de entender qué es un camión. Es más, si no entendemos qué es un
camión, aunque lo veamos venir, igual ni nos apartamos, como les sucede a los
niños pequeños o a los gatos.
- Muy bien. Pero cuando hablamos
de comprender lo que es un camión, ¿de qué estamos hablando si no es de la
información que aportan los ojos y los oídos?
- Un camión es mucho más que esos
datos confusos y cambiantes, Amaranta. De eso se trata, ¿no? Pongamos un ejemplo
más sencillo: un caballo. Un caballo no es lo que vemos, oímos y sentimos al
acercarnos a un caballo concreto. Sabemos que es un caballo aquello a lo que
nos estamos acercando porque hay algo previo, un conocimiento de lo que es un
caballo independientemente de las particularidades del caso concreto que
tenemos delante. Vale, lo que intentas decirme, Amaranta, es que el sol es el
equivalente, en el pensamiento, de lo que es la luz a la vista.
- Brillante, Platón. La Verdad es
siempre algo más complejo que lo que vemos. La Verdad, de hecho, no se puede
captar por los sentidos. Imagina que estás en un estadio y ves cómo un trozo
esférico de cuero pasa entre tres palos y una raya pintada en el suelo. Si eres
un marciano, para ti eso no significará nada, pero si eres un humano que ha
sido bombardeado por la cultura de masas, entenderás que eso ha sido un gol y
la importancia que tiene para el resultado final. Por tanto, la verdad del gol
no está en su realidad visible. Volviendo a lo que nos acontece, lo que ilumina
este sol no sólo es la cosa en sí, de tal manera que podamos contemplarla;
ilumina también, para que podamos “verla” en su totalidad, aquello que
estructura la realidad, aquello que hace que las cosas sean lo que son.
- Entiendo. Es lo que creía: la
luz de los focos es a lo visible lo que la luz del sol a lo pensable. Dicho de
otra forma, con los ojos apenas vemos una pequeña porción de lo real y, si no
están preparados por el intelecto, no harán más que engañarnos; para contemplar
la Verdad, para conocer, no nos basta con los sentidos, necesitamos a la razón.
Pero no una razón ciega, sino una que se deje iluminar por la verdad, una que
busque la verdad. Incluso podríamos ir más allá y decir que un auténtico
comportamiento racional es tan solo aquel que parte de esta premisa, que solo
sometiéndose a las exigencias de la verdad uno actúa de modo racional.
- Y ahí entramos en la otra parte
de nuestro compuesto al que hemos llamado Bien: la Justicia. Dime, Platón, qué
opinas del lema de unos conocidos revolucionarios, que rezaba así: “la verdad
os hará libres”.
- Sin tiempo para pensarlo
demasiado, diría que es cierta. Hoy, pese a que no sé nada, me siento mucho más
libre que ayer, puesto que he aprendido que la verdad es algo más que la
apariencia, que hay que buscarla con otros ojos. Es más, ayer ni sabía que
estaba encadenado a mis pasiones y costumbres, sin embargo ahora puedo retozar
por este hermoso campo.
- ¿Y tú dirías que eres parte de
la norma o de la excepción, querido Platón?
- Sin duda tendría que reconocer
que de la excepción: allí abajo están ocupadas casi todas las butacas y aquí
arriba solo te veo a ti. Pero yo no me considero ni más listo ni más apto que
los demás para aprender, ¿por qué soy una excepción?
- Precisamente porque hace falta
algo más que la verdad para hablar de emancipación, de libertad. Verás, una vez
me encontré aquí con otro hombre, Aristófanes se llamaba. Encantada por la
posibilidad de compañía, me acerqué a él. Hablamos largo rato y cuando tuvo la
suficiente confianza de que yo no haría lo mismo, confesó sus planes: “la
Verdad es maravillosa, es hermosa, pero sobre todo es rentable”. Este hombre
sube una y otra vez aquí, no para aprender, no para comprender, no para
compartir y ayudar, sino para explotar lo que contempla, para obtener beneficio
de ello.
- ¿Cómo?
- Muy sencillo: convirtiendo lo
que aquí aprende en figuras y sombras, en focos más potentes, en una pantalla
más grande, en mejores grilletes.
- ¡Eso es indignante! Deberíamos
volver abajo no para convertir lo que nos muestra el Bien en un instrumento
para granjearse privilegios, sino para ayudar a las demás personas a subir
aquí.
- ¿Ves, Platón, cómo hace falta
algo más que la Verdad para liberarnos?
- Tenías razón, Amaranta. Es
necesaria, además, una correcta idea de justicia. Si la razón teórica, la que
nos permite comprender, debe estar siempre iluminada y orientada por la verdad,
la razón práctica, la que nos permite obrar de una forma u otra, debe estar
iluminada y orientada por la idea de Justicia.
- Así es. Suprimimos la Verdad si
decidimos ignorarla a ella y sus exigencias, o si nos limitamos a aprovecharnos
de lo que muestra para lucrarnos a expensas de los demás. Que el pensamiento
sea útil y benéfico depende de su orientación. La brújula que nos impide
perdernos es la idea de Justicia. De modo que tenemos una aparente paradoja:
cuanto más claro ve la gente que no entiende (porque no puede o no quiere) lo
que es justo, más perversa es. El pensamiento es una potencia que, a falta de
orientación, sirve a tanto a buenos como a malos fines. Aristófanes ha subido
hasta aquí, pero si pudiésemos ver a través de sus ojos cuando contempla este
paisaje, comprobaríamos que para él todo está cubierto por un manto de niebla
que le hace confundir la verdad con la oportunidad de negocio. Él no ve bien,
ni le interesa, ve lo que quiere ver. Es otro esclavo más de sus
particularidades: cree que será más libre en la medida que consiga más dinero,
no se da cuenta de que quiere más dinero porque no es libre, porque está atrapado
por él.
- ¿Y qué hay del resto de
personas? Porque igual Aristófanes es la excepción y nosotros la norma, solo
que aún no hemos podido comprobarlo.
- Respóndeme, Platón, ¿estás
mejor aquí que atado a tu butaca?
- Por supuesto.
- ¿Y por qué crees que los demás
van a ser distintos? Y si son iguales que tú, ¿por qué motivo no están todos y
todas ya aquí, disfrutando del Bien y la Belleza? ¿Olvidas que esas personas
han sido educadas precisamente para lo contrario, para desear, en el mejor de
los casos, una mejor butaca, sombras de alta definición y un espectacular
sonido digital?
- Es cierto, pero si bien es
admisible que han sido condicionadas, de ninguna manera podríamos explicar
nuestra presencia aquí si asumimos que esas personas han sido definitivamente
determinadas. No, es un hecho que se puede salir de allí abajo, de esa caverna.
La clave es, por tanto, cómo se hace. A mi modo de ver, se nos presentan dos
posibilidades: por la fuerza o convenciendo. Lo primero es imposible, porque no
tenemos con qué romper las cadenas y además está la seguridad de la sala, que
va fuertemente armada y están muy bien organizada. Es mediante la persuasión,
pues, que hay que sacarlos de allí.
- Resultas enternecedor, Platón,
pero así solo conseguirás que te maten.
- ¿Que me maten?
- ¿Recuerdas a aquel anciano que
creíste haber escuchado alguna vez? Se llamaba Sócrates y fue el que me enseñó
a mí, el que me ayudó a liberarme de mis cadenas. Convencido de que debía
persuadir a cuantos pudiera para que le acompañasen en su misión de ampliar el
conocimiento y desbancar del poder a la opinión, ensayó mil formas distintas de
debates, discusiones, exposiciones… Al final, se dio cuenta de que lo más
efectivo para romper el ritmo y las rimas de los poetas, de quienes no paraban
de hablar de nada haciéndose pasar por sabios de todo, eran las preguntas. El
adormecedor hechizo de las palabras que otros ponen en nosotros queda fulminado
ante las buenas preguntas: de repente, el que parecía ducho en una materia se
demuestra un ignorante. Hasta tal punto entendió Sócrates que ese era el
camino, que incluso se paseaba entre la muchedumbre preguntando qué era un
zapato, trataba tozudamente de rescatar a la gente de la opinión que todo lo
disuelve y mezcla, tratando de sustituir dogmas por conocimientos y voluntad de
verdad. El resultado me estrangula el corazón: la propia gente, en asamblea,
decidió matar a Sócrates para poder seguir viendo la pantalla con tranquilidad.
No es simplemente una cuestión de persuasión y por tanto de voluntad, es también
una cuestión de educación. Y resulta mucho más difícil y peligroso tratar de
educar a quien cree que sabe que a quien tiene claro que no sabe. Ahí abajo,
Platón, apenas encontrarás amigos, pero sí muchos enemigos. Las creencias y las
opiniones, desligadas del saber, son todas miserables y, las mejores, son
irremediablemente ciegas. Y además son osadas: no hay como la seguridad que da
la ignorancia. Recuerda, ignorante no es quien hace preguntas porque todavía no
sabe, sino quien no las hace porque cree que sabe. Es mucho más cómodo dejarse
llevar por la corriente que nadar contra ella, y allí abajo la corriente es
claramente adversa, es el reino de las sombras. Ay de aquel que trate de
decirle al súbdito de la apariencia que abandone la tranquilidad de la
ignorancia y se aventure, como ser libre, en el terrorífico mundo de lo
desconocido. Como el conejo que creció en una jaula durante toda su vida, la
multitud tiembla ante la ausencia de barrotes.
- Pero bueno Amaranta, todo esto
que me acabas de decir sobre la gente de las butacas y Sócrates, ¿acaso no nos
convierte en locos? Quiero decir, ¿qué derecho tenemos a proponer a esa gente
un cambio de vida? ¿Acaso no es justo lo que democráticamente decidan que es
justo, como matar a Sócrates por andar molestando a la gente?
- Si así fuese, Platón, no
podríamos hablar de nada en general. Si lo que es justo, lo que es verdad, lo
que es bello o lo que es bueno dependiera de lo que opina la gente, ¿no sería
lo mismo que decir que lo bueno, lo justo, lo bello y lo verdadero equivalen a
la opinión del que más habla, del que con más soltura lo hace o de quien
controla los medios de comunicación? No habría conocimiento entonces, solo
opiniones más o menos compartidas, mentiras consensuadas, experiencia práctica
y, alguna que otra vez, acierto por obra del azar. No, aquí no se trata de
defender un concepto de justicia que nos venga bien porque somos los
mandatarios, o que nos reporte beneficios porque somos empresarios ambiciosos,
sino una idea de justicia que valga tanto ahora como dentro de cien años. Que
le valga a un gallego tanto como a un espartano. La razón nos habla a nosotras
de la misma manera que hablará a las personas en el futuro y de la misma manera
que hablaba a las del pasado. Nadie tiene derecho a decir que si hubiese nacido
dos siglos después no hubiese sido racista, o machista. Respecto al racismo y
al machismo, la razón siempre ha dicho lo mismo. Si vemos el mundo con los ojos
de la razón, a la luz de la verdad y la justicia, y no con nuestros ojos particulares
atravesados de nuestros dogmas y prejuicios, machismo y racismo resultan
intolerables. Ayer, hoy y mañana.
- Y sin embargo, mucha gente
sigue siendo racista y machista.
- Sin duda, Platón, pero ya no
como antes. Antaño uno podía defender públicamente que era racista y machista,
pero hoy, gracias al progreso forzado por movimientos antirracistas y
feministas, sólo pueden hacerlo contra la razón, a contrapelo. Cuando la razón,
la verdad y la justicia se pronuncian y germinan en la historia, esta difícilmente
puede mirar para otro lado. Eso no significa que no se pueda restablecer la
esclavitud o distintos modelos patriarcales, pero el hecho de que la mayoría
sea machista, o de que vuelva a instaurarse la esclavitud con otro nombre, no
impugna la idea de que no se puede tolerar, no impugna lo que nos dicta la
razón. Hay cosas que son reales pero que son imposibles moralmente,
inadmisibles. También cosas no reales (por ahora) que sin embargo son
necesarias en términos morales. Y como somos seres libres, es decir, algo más
que un mero efecto de nuestro ser hombres o mujeres, altos o bajos, empresarios
o trabajadores…, podemos decir que no hay derecho a que las cosas sean como
son. Independientemente de que, hasta donde conocemos, siempre hayan sido así.
- Fascinante. Pero no creo que a
todo el mundo le guste lo que acabas de señalar. Especialmente a los defensores
del relativismo. Ya puedo imaginarlos vituperándote a ti y a cualquiera que
comulgue con tus ideas. Cuando vuelva allí abajo, lo más probable es que me
encuentre solo. Porque si lo que dices es cierto, Amaranta, nadie puede cambiar
con simples lecciones de moral un carácter fijado de antemano por las opiniones
dominantes, por ese rumor constante y cotidiano de infinito eco que, pese a
aparentar conflictividad, resulta ser del todo consensual. Si lo que estamos
haciendo aquí es “filosofía”, amar el saber, lo que se practica en la caverna
sin duda es filodoxia, amor por la opinión. Su lema, “soy libre de opinar
cualquier cosa”, es el enemigo de la filosofía. Ese “cualquier cosa” destroza
la naturaleza filosófica, es un puente que nos permite evitar el procedimiento
racional y nos habilita, a su vez, para ser todo lo incoherentes que nos dé la
gana, para huir siempre hacia delante sin pararnos a respetar ningún principio
de valor universal. Ahí abajo no se puede ni defender que dos más dos suman
cuatro sin que alguien te interrumpa diciendo que no está de acuerdo, que su
opinión difiere y que exige una votación para definir qué es cierto y qué no. La
verdad íntima les importa un rábano, no son más que sofistas y sicofantes.
- Cuidado Platón, porque si bien
llevas razón, no debes olvidar nunca que esa gente de ahí abajo es tu gente, y
que son iguales a ti. Por el motivo que sea tú estabas más predispuesto a
aprender y a cambiar que la mayoría, pero eso no quita que ellos y ellas se
merezcan a alguien que les muestre la puerta.
- Y tanto que lo merecen, que
estén ahí abajo atados me indigna, pero no me hace considerarlos enemigos.
Antes al contrario: en la guerra de la luz de la razón contra la oscuridad de
la opinión, la gente es potencialmente tanto aliada como enemiga. Dicho de otra
forma: las cualidades que hacen al filósofo, que habitan en todas las personas,
se tornan en su contrario desde el momento en que son cautivas de un medio
podrido. Nuestro problema, el de toda la humanidad, no es con esa gente, sino
con una estructura social y de pensamiento que permite que la opinión haga las
veces de verdad. Esa es la batalla fundamental.
- En efecto, Platón. Y es la
primera y más esencial de las batallas políticas: la lucha por el significado.
Primera y esencial porque aquello que estructura nuestro mundo, la semilla del
conocimiento, de las leyes y las instituciones, son los conceptos. Dependiendo
de lo que entendamos por verdad, por justicia, por ser humano, democracia,
derecho, ley… diseñaremos un sistema u otro, votaremos a unos u a otros, nos
posicionaremos en un bando o en el otro. ¿Qué creías, Platón? La filosofía es
desinteresada, su única meta es el saber, la verdad por la verdad. Pero hasta
la verdad necesita de alguien que la materialice, ella sola no se explica, no
se habla, no se da a conocer ni se hace respetar. Por otra parte, la Verdad no
suele ser neutral… Sabiendo lo que ahora sabemos, Platón, ¿te parece correcto o
virtuoso que gobierne un líder de opinión, es decir, aquel que ha convencido a
la mayoría de que es el adecuado?
- De ninguna manera, pero que
sepa a quién no quiero como gobernante, no significa que tenga claro quién debe
gobernar. ¿Todos y todas, quizá?
- No vas desencaminado. Imagina,
Platón, que el Estado es un gran navío. En él encontramos carpinteros,
marineros, cocineros, costureros… y un timonel. Imagina ahora que ese timonel
alberga, gracias a su experiencia previa, algún débil conocimiento acerca de
vientos, de mareas, de caladeros y de estrellas. Más mal que bien, es capaz de
llevar la nave a puerto, de la misma manera que quien no sabe es capaz de
acertar por casualidad. Pero, lamentablemente, está quedándose cada vez más
ciego: cree que ya sabe todo lo que tiene que saber y confunde su opinión,
basada en una mezcla de prejuicios y experiencias, con la verdad. Vista su
incompetencia, marineros, cocineros, carpinteros y demás tripulantes comienzan
a pelear entre sí para deponer al timonel y ocupar su lugar. La opinión general
es que no es necesario poseer más conocimientos que los que ya se tienen para
dirigir el barco. Es más, todos acordaron que aquel marinero que gritaba y
vociferaba más y más alto era el mejor candidato a timonel. Pensaban que tener
el consentimiento o el apoyo de la mayoría era más que suficiente, inútil tener
ideas y peligroso, motivo de desconfianza, tener conocimientos. Así que una
camarilla de marineros, la más resuelta, definitivamente consigue expulsar al
anterior timonel y poner a su amigo en su lugar. El resultado no puede ser otro
que el esperado, salvo que la fortuna interceda, pero ningún gobernante sensato
ha de depender de la fortuna que no nace de sus propias virtudes e
instituciones: el barco encalla y se pierde la mercancía y la vida de muchos de
los marineros. Ahora imagina que, en medio de todo este caos, aparece un
auténtico amante de los saberes, un filósofo, un aspirante a capitán que cuenta
con un buen conocimiento teórico y cierta experiencia en la navegación, que
sabe de corrientes, vientos y mapas de las estrellas. ¿Cómo crees, Platón, que
va a tratarle la camarilla de marineros que se ha hecho con el timón, así como
todos sus partidarios y aquellos que se dejan llevar por la aparente mayoría?
¿Acaso no tacharán a nuestro filósofo de dogmático, de populista, de arcaico e
incluso de totalitario? ¿Acaso no acabarán eliminándolo, al menos de la vida
política?
- Ciertamente lo intentarán,
Amaranta. Pero tiene algo de sentido: ¿qué pinta un filósofo dirigiendo una
nave?
- Puesto que la nave representa
en este relato al Estado, la pregunta más bien debería ser al revés: ¿qué
pintan en su gobierno los que no son filósofos? Cuidado: filósofo o filósofa es
aquella persona que trata de ofrecer explicaciones racionales, coherentes y
ordenadas sobre el mundo y aquello que lo estructura. Y esta pretensión,
además, ha de estar guiada siempre por el Bien, esto es, la combinación entre
Verdad y Justicia. Dime, Platón, ¿puede haber persona más capacitada para saber
qué está bien y qué mal, qué es correcto y qué incorrecto, qué es justo y qué
injusto, y para obrar en consecuencia, que un filósofo o una filósofa, según
esta definición que hemos dado?
- No, desde luego. Si filósofo o
filósofa es quien piensa y obra así, sin duda deberían ser quienes llevasen el
timón.
- En efecto. Y ahora respóndeme a
esto: si el filósofo debe gobernar porque es quien tiene por guía la verdad y
la justicia, porque es el más capacitado para obrar acorde a estas Ideas, ¿al
final, quién gobernaría?
- La Justicia, la Verdad, el
Bien.
- En efecto, Platón. Sería el
gobierno de todos y de nadie, el gobierno de cualquiera, el gobierno de la
razón. El único marco en el que ese experimento llamado democracia podría
funcionar: vaciaría de tronos y de templos la plaza pública para que fuese la
propia ciudadanía la que ocupase ese espacio y así deliberar, en condiciones de
igualdad, sobre cómo proceder, qué leyes elaborar, qué instituciones levantar…
Para formar lo que algunos llaman la “voluntad general”, esto es, la voluntad
que surge del cuerpo social cuando este se reúne en condiciones de igualdad
para, mediante la razón, decidir los pasos a seguir.
- Es decir, Amaranta, que la idea
final es simplemente poner el mundo a la altura de tres conceptos, tres Ideas:
Verdad, Justicia y Belleza. O como les gusta decir a los modernos: Libertad,
Igualdad y Fraternidad. Pues para ese proyecto, cuenta conmigo.
- Bienvenido a la revolución,
Platón.