Aunque hoy muchos lo
ignoran, la historia de nuestra ciudad ha estado fuertemente ligada a la ciudad
de Toledo. La misma fundación de Magerit, el nombre árabe con el que se
denominaba a Madrid, por parte de las autoridades del Califato de Córdoba,
estuvo relacionada con que este asentamiento sirviera de protección para la
vieja Toletum.
Durante el Medioevo, en
un contexto de habituales conflictos entre los reinos cristianos y los
islámicos, las zonas de frontera solían ser un hervidero de razzias y combates
entre las fuerzas de uno y otro bando. En el lugar donde hoy se asienta el
Palacio Real se construyó una atalaya que vigilaba los pasos de montaña, un
lugar desde donde dar la alarma si los cristianos trataban de marchar hacia el
sur. Toledo, una de las ciudades más importantes de entonces, era un objetivo
clave para los reyes cristianos debido a su valor estratégico, simbólico y
económico. Con el tiempo, aquella atalaya acabó por convertirse en un auténtico
alcázar con un pequeño caserío amurallado a sus pies. Los primeros madrileños poblaron
una tierra fértil y repleta de acuíferos, gracias a lo cual, Magerit pudo
crecer hasta convertirse en una ciudad con nombre propio en el centro de la
península.
La caída de la taifa
toledana ante las huestes del rey castellano Alfonso VI también supuso el
cambio de manos para Madrid. Nuestra Villa continuó creciendo en tamaño e
importancia, hasta el punto de ser escogida como capital de la monarquía varios
siglos después. No obstante, Toledo como sede del Primado de España, seguía
gozando de un fuerte poder político y económico, y durante siglos continuaría poseyendo
una notable influencia en ciudades como Madrid o Alcalá de Henares que no
disponían de diócesis propias.
No ha de extrañarnos,
entonces, que todavía perduren en la capital bastantes lugares que hagan
referencia a tan estrecha relación. Hablamos de la calle, la puerta y el puente
de Toledo, varios elementos que comunicaban Madrid con la urbe toledana, así
como con las restantes ciudades que conectaba el Camino Real del Sur.
La
calle de Toledo
La calle de Toledo es
una de las más emblemáticas de la ciudad. Tiene su origen en la Plaza Mayor,
concretamente en el denominado Portal de Cofreros, y aún hoy guarda su valor
histórico como vía eminentemente comercial, donde muchos comercios mantienen el
aspecto de las tiendas del viejo Madrid. Al ser una vía de comunicación directa
con la ciudad Imperial, esta calle siempre estuvo muy transitada, y en sus
cercanías abundaban las posadas y otros edificios destinados al descanso de los
viajeros, incluidas algunas mancebías de renombre.
Si descendemos la calle
desde la Puerta Mayor no tardaremos en encontrarnos dos construcciones de
primera categoría: la Real Colegiata de San Isidro y el Instituto de Enseñanza
Secundaria San Isidro, otrora el Colegio Imperial.
La Real Colegiata de
San Isidro fue edificada en el siglo XVII como iglesia del antiguo Colegio
Imperial, convirtiéndose en la catedral de Madrid hasta 1993, año en el que la
Catedral de la Almudena terminó de construirse y fue consagrada. Se trata de
uno de los lugares de culto más importantes de la ciudad puesto que en su
interior descansan los restos mortales de San Isidro, patrón de Madrid, y de su
esposa, Santa María de la Cabeza.
El Colegio Imperial,
por su parte, es algo más antiguo. Cuando Felipe II decide asentar la capital
de la Monarquía Hispánica en Madrid, la ciudad carecía de un verdadero centro
de enseñanza, puesto que únicamente existía el llamado Estudio de la Villa,
creado en el siglo XIV. Se decidió abrir un nuevo centro dirigido por la
Compañía de Jesús que comenzaría a ser construido en la calle Toledo en el año
1564, empezando a funcionar en 1572 bajo el nombre de Colegio de San Pedro y
San Pablo de la Compañía de Jesús. Años más tarde, concretamente en 1603, y gracias
al patronazgo de la Emperatriz María de Austria, se reconstruyó el edificio,
quedando con el nombre de Colegio Imperial. Como curiosidad mencionar que, en
un principio, cuando se pretendía construir el colegio para los jesuitas,
pensaron levantarlo en las cercanías del alcázar, pero finalmente se canceló la
idea al querer el rey Felipe II ampliar el tamaño del castillo.
Pese a que hoy en día
ya no exista, otro de los edificios de gran importancia que cobijó esta calle
fue el hospital-convento de la Latina. Este complejo fue edificado a principios
del siglo XVI, entre los años 1499 y 1507, por Beatriz Galindo y su esposo
Francisco Ramírez, secretario de los Reyes Católicos. Si bien el verdadero
nombre del hospital era el de la Concepción de Nuestra Señora, siempre fue
conocido por el apodo de su fundadora, La Latina. Éste sobrenombre por el que
era conocida se debía al soberbio conocimiento que tuvo del latín,
convirtiéndose en toda una autoridad en lo que a esta lengua se refiere.
La
Puerta de Toledo
Muchos otros edificios
o monumentos históricos han tenido su lugar en la calle Toledo, demasiados para
ser enunciados en una publicación que pretende ser una breve reseña. Sin
embargo, es imposible dejar de mencionar la Puerta de Toledo.
Hubo otras anteriores con
el mismo nombre en puntos más cercanos al centro histórico de la ciudad como
fueron el Postigo de San Millán próximo a Cascorro, o la Puerta de La Latina, cercana
al hospital antes mencionado. En 1625, al construirse la cerca de Felipe IV, se
levantó una nueva situada en las cercanías del matadero del Rastro. Ésta era la
zona de Madrid por donde accedía el ganado y donde se situaban la mayor parte
de los establecimientos regentados por matarifes, curtidores de piel y otros
trabajadores ligados al sector de la ganadería. Sabemos, gracias al plano de
Teixeira, que aquella puerta era de ladrillo y en sus proximidades tenía dos
fuentes.
La Puerta de Toledo
actual, que también sirvió como acceso a la ciudad tras la desaparición de la
anterior, es del siglo XIX. Fue durante la época napoleónica, bajo el reinado
de José I Bonaparte, cuando se diseñó el primer proyecto de construcción de una
puerta de carácter monumental que adecentara la entrada a la ciudad desde el
sur. Las obras apenas habían dado comienzo cuando Fernando VII consigue hacerse
con el trono de España, por lo que las autoridades de la ciudad decidieron
dejar el proyecto, todavía inconcluso, en manos del afamado arquitecto Antonio
López Aguado. Éste acabó por diseñar el monumento que nos ha llegado hasta hoy
en día, y que terminó de construirse entre los años 1816 y 1827. Una puerta
similar a la de Alcalá, de estilo neoclásico, que recuerda a un arco triunfal donde
se homenajea a Fernando VII y la independencia española frente a los franceses.
Pero lo más singular de
todo es lo que descansa bajo sus cimientos. Enterrada bajo la puerta hay una
“cápsula del tiempo”, es decir, un cofre que guarda diversos elementos para ser
desenterrados en un futuro. Fue el equipo de José I quién tomó esta acertada
decisión, guardando en su interior una serie de objetos de la época: monedas,
una guía de la ciudad y cartas otorgadas por el monarca. Tras la salida de los
franceses, la cápsula fue desenterrada, y se sustituyeron las cartas otorgadas
por un ejemplar de la Constitución de 1812 y varias medallas con la efigie de
Fernando VII. Curiosamente, poco después, este mismo rey decidió reabrir el
cofre para eliminar aquella copia de la misma carta magna que él mismo abolió.
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Norias en el Puente de Toledo, del artista escocés David Roberts |
El
Puente de Toledo
Si continuamos nuestro
camino más allá de la Puerta de Toledo no tardaremos en llegar a las orillas
del río Manzanares, y si lo cruzamos, entraremos en la zona que
tradicionalmente se conocía como los Carabancheles. La actual construcción
barroca del puente fue realizada entre los años 1712 y 1738 por el célebre
Pedro de Ribera, uno de los arquitectos madrileños más prolíficos. Curiosamente,
el puente era el tercero en ocupar el mismo espacio, puesto que la construcción
de Juan Gómez de Mora y José de Villareal (datada entre los años 1649 y 1660),
y una posterior de José del Olmo y Teodoro Ardemans (entre 1682 y 1684)
desaparecieron en sucesivas crecidas del río que acabaron por destrozar la
integridad de aquellos puentes.
En cambio, el actual
parece no querer abandonarnos, y su imagen tradicional dibuja una estampa
maravillosa en el paisaje de Madrid Río. Una curiosa fusión entre lo viejo y lo
nuevo, entre los recuerdos de un Madrid que hunde sus raíces en el tiempo y el
otro Madrid que brilla como ejemplo de modernidad.
Antes de despedirnos,
comentar finalmente que en mitad de este puente existen dos hermosos grupos
escultóricos: las hornacinas que protegen las imágenes de San Isidro y Santa
María de la Cabeza. De nuevo una mención a estos santos tan venerados en
nuestra ciudad y que de algún modo parecían despedirse y darle la bienvenida a
todos los viajeros que a través de aquel camino viajaban entre las ciudades de
Madrid y Toledo.